Aviso: creo que he conseguido realizar esta crítica sin añadir ningún spoiler o algo que no se sepa a simple vista. Sin embargo, en el caso de algunos comentarios puede que se intuyan aspectos que quizá no todos den por supuestos. Ello no hace que la película valga menos la pena.
Desde hace unos días no concibo un mundo en el que no exista el destino. Hacía mucho que lo intuía, que sospechaba de su existencia por eso a lo que llamamos cosas de la vida, pero hoy, de hecho, lo tengo claro: hay cosas que están predestinadas. Llamémoslo Dios, llamémoslo sino, pensemos en una bonita metáfora de lazos que nos unen a ciertas cosas que cuando se estiran de masiado dan un tirón hasta que vuelven a encontrarse. Pero no lo llamemos casualidades, pues no me parece más que un vulgar eufemismo.
En un arrebato de soledad, me dio por ir a comprar comida china y hacer una sesión de cine conmigo misma, que últimamente paso poco tiempo con ella. Me puse a buscar películas de estas ñoñas que vemos las mujeres cuando parece que el pijama es lo más cómodo, y di con una que por aspecto no me llamaba demasiado, sin embargo, acabé dándole una oportunidad.
La elegida fue Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995), cuyos protagonistas —Jesse y Celine, un americano y una francesa— se conocen en el vagón de un tren con destino a París. Jesse, sin embargo, debe bajarse en Viena para coger un avión a los Estados Unidos a la mañana siguiente, por lo que, muy atrevido por su parte, le propone a Celine pasar su último día en Europa con él. Sinceramente, el argumento tampoco fue el que me hizo decidirme por verla, ya que no es la primera vez que oigo hablar de una historia en la que los protagonistas se conocen y su tiempo está limitado. Evidentemente, sabemos que acabarán enamorándose, no es ningún delito mencionarlo —por algo encontramos el título entre las mejores películas románticas—, pero del mismo modo sabemos que acabarán separándose, porque ya el argumento nos lo dice: es una historia en la que el tiempo se acaba, predestinada al fracaso, y aún así guardamos la esperanza de que algo cambie irremediablemente (he de dar las gracias a los directores por no sucumbir a nuestros caprichos, porque de ser así, Antes del amanecer pasaría de ser una obra maestra a una auténtica pérdida de tiempo). Historias como esta llevan el título de Noviembre dulce (Pat O'Connor, 2001) o, una más parecida todavía pero más al estilo Hollywood, Antes de que te vayas (vaya un paralelismo, Chris Evans, 2014).
Si puedo considerar esta película una verdadera obra de arte es por el diálogo, el diálogo y el diálogo. Las conversaciones que escribe Linklater son tan humanas, tan reales, tan tangibles para el espectador... que no es que haga que te sientas dentro, sino que son los personajes de Jesse y Celine quienes parecen estar dentro de tu cabeza, robándote todos y cada uno de los pensamientos. No hace falta más acción que la de dos jóvenes paseando por una maravilla europea y conociéndose poco a poco. No hay más, no se necesita más. Puede que se trate de una apuesta peligrosa, pero el genio de Linklater puede permitírselo, podía permitírselo y tanto que podía, pues realizó dos secuelas que conforman la serie de Antes. El trabajado desarrollo del diálogo es tan sublime y a la vez tan natural que te hacen sentir un verdadero batido de emociones a lo largo de todo el filme del que no saldrás indiferente. Consigue crear una historia que a todos nos gustaría vivir, y que sin
saberlo, aunque sea por el simple hecho de haber disfrutado de la
película, hemos vivido.
Por supuesto, más de una vez agradeces el enorme esfuerzo de los actores: estudiar los exámenes finales de la universidad no es nada comparado con la naturalidad con la que logran pronuncia cada frase, como si se tratase de pura improvisación. Apenas conocía a Ethan Hawke y desconocía por completo a Julie Delpy (con quien me quedé embobada por su exuberante belleza más de una vez), pero no se me ocurre mejor retrato para ambos personajes. Hay conexión, hay química, hay —como lo que ya considero principal característica del filme— naturalidad.
Antes del amanecer es tan parecida a la vida real - como un documental con una cámara invisible - que me encontré recordando conversaciones reales que había experimentado con más o menos las mismas palabras. —Roger Ebert, Chicago Sun-Times.
A pesar de que ambos jóvenes parecen ser los únicos que nos llevan a través de la película, los personajes secundarios, a su vez, añaden algo mágico y esa pizca de fantasía que necesita toda historia de ficción, e incluso en alguna ocasión la hacen más entrañable si cabe.
Podría parecer imposible que en una película que tan solo transcurre a lo largo de un día, quizá ni siquiera durante veinticuatro horas, exista la posibilidad de una madura evolución de los personajes, pero quién le va a decir que no a Linklater. Sin dejarme llevar por mis deseos de contaros algún detalle que pueda estropearos la película, he de decir que el final es el que la mayoría esperamos, sin embargo, con una pincelada que vuelve a hacer que todo sea aún más realista, que todo lo cambia, y que hace que no todo se quede en un sí pero tampoco en un no.
Otro aspecto que merece en mi opinión destacar es la escasa utilización de banda sonora. ¿Entendéis lo que digo? Naturalidad. La vida misma. Tan solo se escucha un hilo musical en escasas escenas, y no es hasta que está a punto de acabar que te das cuenta de que no la has echado de menos ni lo más mínimo.
Linklater se toma la saga con calma, tal y como se conocen dos personas a pesar de saber que su tiempo es limitado. Quizá por eso no sea para el gusto de todos, ya que no es algo a lo que estemos acostumbrados. Puede que sea precisamente ese el problema: no estamos acostumbrados a las cosas buenas. Tenemos el mal hábito de ir al cine esperando que nuestro cerebro vaya a mil revoluciones por hora, lleno de adrenalina y expectancia. Antes del amanecer no es ese tipo de cine, sino que forma parte de ese poco común que invita a la reflexión de la vida sin necesidad de llorar un mar de lágrimas, de apuntar directo al corazón (aunque a su modo lo hace) para ser consciente de ello. Quizá no sea el gusto de todos, pero sin duda, aquellos a quienes gusta acaban haciendo de ella una de sus favoritas.
Aviso: ya he dicho que no considero la información como spoiler, pero puede que quieras saltar algunos párrafos. Prometo avisarte más adelante para que sigas leyendo.
Una vez has visto Antes del amanecer pasará poco tiempo antes de que sucumbas a la segunda parte de la trilogía, Antes del atardecer, estrenada nueve años después, justo el mismo tiempo que pasa hasta que los dos protagonistas vuelven a encontrarse. Esta vez Jesse vuelve como un escritor de éxito, y en una presentación en una pequeña y acogedora librería parisina, se reencuentra con Celine. Más tarde le confiesa que el único propósito que tenía al escribir el libro, que cuenta la aventura de un joven americano y una chica francesa que pasan una noche en Viena (¿os suena?), era volver a verla. Aquí es cuando si tienes la suerte de conocer la historia detrás de la película comienzan a llover los sentimientos, y es que la primera película de la trilogía era una pequeña obra autobiográfica del director.
Si cabe, la historia de Richard Linklater es más conmovedora, quizá al saber que realmente pasó (si es que puede haber más realismo en esta serie), pero también algo más trágica. Amy Lehrhaupt es el nombre de la mujer que realmente inspiró esta historia, al igual que Celine es la culpable del éxito literario de Jesse. Ambos se conocieron en Philadelphia en 1989 y compartieron el mismo tiempo que sus personajes. Mantuvieron el contacto durante varios años, pero el tiempo acabó separándoles sin razón alguna. Linklater comenzó a rodar su primera película con la esperanza de que así Amy apareciera, sin embargo, ella había muerto tan solo unas semanas antes en un accidente de moto. El director no estaría al tanto de la noticia hasta después del estreno de la tercera, por lo que imaginó una segunda parte sobre cómo hubiera sido ese encuentro. Linklater estrena Antes del amanecer para atraer la atención de Amy, Jesse escribe su libro para atraer la de Celine, Amy nunca llega a aparecer, Linklater se imagina cómo hubiera sido y así nace Antes del atardecer.
Ya puedes seguir leyendo tranquilo.
Hubiera sido demasiado fácil comenzar al año siguiente a rodar la segunda parte, no obstante, el cineasta hace que todo sea más mágico y entrañable al dejar que los años pasen y devolvernos a unos actores por los que también han pasado los años, que se ven algo más delgados, que se han cortado el pelo, que han obtenido alguna que otra arruga... Una pequeña manía naturalista del director que también podemos observar en Boyhood, la cual rodó con el mismo actor durante doce años. De la misma manera los personajes han madurado, aunque siguen siendo esos jóvenes que huyen de todo tipo de tópicos románticos mientras que sus ojos y sus manos gritan por demostrar lo contrario.
Esta secuela, aunque dando igual importancia al diálogo, es algo menos filosófica quizá, centrándose en el recuerdo, tanto el que ambos tienen de su primer encuentro como el que nosotros sentimos a medida que los minutos pasan. No nos cautiva esa primera impresión, esos nervios, esa inquietud que tenemos en Viena, pero nos da un paseo por una gran variedad de emociones que nuevamente compartimos con los personajes: alegría por verse de nuevo, un mar de ilusiones pendientes, y —quizá lo peor que espera para la parte final— una atracción casi explosiva. Y es que como he dicho toda la película vuelve a basarse en el diálogo, pero hay silencios que hablan demasiado y miradas que lo dicen todo. Ya no hay personajes secundarios, se trata de una cosa de dos, y la música se limita a los créditos iniciales, a la voz de nuestra protagonista y a una Nina Simone de fondo. Te diré algo: no echarás nada de menos a ninguna de esas cosas. Es completamente irrelevante. Sigue sin haber acción física que da esa sobredosis de adrenalina, pero es que las palabras son esa adrenalina (Linklater consigue hacer una película tremendamente romántica con tan solo eso y sin necesidad de echar mano a las ñoñadas), y créeme, se va adquiriendo conforme avanza todo.
El final: una frase que lo convierte en apoteósico.
Ahora te queda Antes del anochecer, y no creo que aguantes ni la mitad de tiempo que tardaste en ver la segunda en lanzarte sobre el final de este maravilloso regalo que nos ofrece Linklater otros nueve años más tarde. Esta vez dejaré que seas tú el juez.
Resulta que en mi piso de estudiantes somos grandes admiradores de los anuncios de Estrella Damm, e incluso en más de una ocasión nos han otorgado la banda sonora perfecta. Hay uno que no podemos evitar ver cada vez que hablamos de ellos, el de 2015, protagonizado por Dakota Johnson y Quim Gutiérrez: vale. En ese cálido corto dirigido por Amenábar aparece el nombre de esta trilogía, así, espontáneamente, de manera fugaz. Por eso os hablo de destino, porque Antes del amanecer no me llamó la atención en ningún aspecto más de lo que lo podría haber hecho cualquier otra película del catálogo de las romanticonas. No obstante, decidí, por un no sé qué, ver esa película. Hubo ese je ne sais quoi que me dijo que era esa la que tenía que ver. Ese qué se yo era el mismo de siempre:
Vale.