facta, non verba

24 de Diciembre de 1914.

Frente occidental. Apenas han pasado seis meses desde el inicio de la guerra cuando las tropas alemanas comienzan a decorar sus trincheras, frotando sus manos para entrar en calor. A varios metros de distancia y bajo suelo se encuentra el bando británico. Sus soldados también presentan síntomas por el frío. Las botas se les llenan de agua, y pronto tendrán que gastar más munición en acabar con las ratas que en derrotar al enemigo. Poco después, se distraen de sus tareas al escuchar un murmullo. Son los alemanes, pero ¿qué están diciendo? ¿Qué sucede? Los soldados se esperan lo peor, una amenaza de ataque. Empiezan a ponerse nerviosos hasta que uno de ellos pide silencio: se lleva el índice a los labios y deja pasar el aire a través de sus dientes. "Listen," les pide a sus compañeros.

Entonces el leve murmullo se hace cada vez más audible. No son gritos de guerra, ni ordenes para disparar, sino una tenue melodía que el viento arrastra hasta ellos. Quizá lo último que esperaban, lo más extraño que podría sucederles. Algunos se miran confundidos, creen estar soñando, y no es hasta que pasan unos segundos y reconocen las notas que se dan cuenta de que es completamente real. Otros sonríen, sienten un pinchazo en el pecho, recuerdan a su familia, recuerdan qué día es y los ojos se les llenan de lágrimas a aquellos que no pretenden hacerse los duros. Los alemanes están cantando. No han olvidado la guerra, pero hoy es navidad, y entonan todos juntos una de las canciones más apropiadas para este momento. Un momento que será recordado para siempre, y una canción que pasará a la historia: Stille Nacht. Noche de paz. Para ellos es una noche de paz, a pesar de la situación, una noche que no merece balas, ni aullidos de agonía, ni más víctimas. Es una noche para amar, para compartir, para reunirse como hermanos... Y por eso cantan.

De repente, el aire se vuelve cálido y el miedo desaparece. Los ingleses responden al canto con la misma canción. Por primera vez las voces de ambos bandos, ambos idiomas, distintos en todos los sentidos, se unen bajo una misma melodía en el campo de batalla. Una melodía que suena a apretón de manos; una melodía que anuncia una tregua.

Poco a poco los soldados van saliendo de las trincheras. Ponen sus pies en la tierra de nadie, alzan sus manos como símbolo pacífico y sus cuerpos se estrechan en un fuerte abrazo. Intercambian saludos, gestos de amistad, se dan sus nombres, comparten las fotos de sus familias, fuman cigarrillos y se sirven un trago de güisqui.

Por un breve instante, a pesar de durar menos de lo que a ellos les gustaría, no existen los bandos. No existen los alemanes, ni los ingleses, no hay malos ni buenos, ni ganadores ni perdedores, solo personas; cada una de ellas igual a todas las demás.

Así justo este día, hace ciento un años, la navidad llegó a donde parecía un imposible, uniendo en su espíritu a todos ellos, gente totalmente opuesta, rivales.

Yo no sé si es porque realmente existe un Dios que nació en estas fechas (lo dudo), pero lo que está claro es que la navidad es tiempo de alegría, de reunirse. Y no importa si es con tu familia o con un completo desconocido. Lo importante es darse cuenta de que, incluso desde la Primera Guerra Mundial, la navidad viene demostrando lo que es y ha sido siempre... magia.

La importancia del arte

El Rapto de Proserpina de Bernini
Al igual que las siete maravillas del mundo, los siete mares, los siete pecados capitales, los siete infiernos descritos por Dante o sin ir más lejos, los siete días de la semana, hoy por hoy, son siete áreas las que componen el arte, haciéndola así alcanzable para todos los gustos: pintura, escultura, arquitectura, música, danza, literatura, y por último, cine.

El arte es una increíble forma de comunicación en la que a veces sobran las palabras, y el simple hecho de que su contemplación y admiración sea por puro placer la convierte en una forma de evasión de nuestras obligaciones y del mundo real: arte es escapatoria. Desde el comienzo de la existencia del hombre hemos ido desarrollando y puliendo nuestra capacidad creativa, y es quizá de su interminable historia de la que hereda tal importancia en el mundo contemporáneo. El arte nos divide en épocas, etapas, describe cada una de ellas, indica el progreso y eleva el nivel cultural de la sociedad.

Creo que para sentir cierta conexión con el arte no hace falta ser experto en la materia, pues al ser una de las formas de expresión humana más especiales basta con sentirse ligado a las personas; quien no entiende el arte no entiende a las personas. Además, con el arte hay que ser conformista, no pedirle nada a cambio y quedarse satisfecho con el desarrollo de nuestros sentidos y pensamiento.
¿Y qué es el arte? Unos dicen que todo aquello que expresa algo, otros lo restringen a lo bello... Yo digo: ¿qué más da? Mientras todos retengamos una pequeña concepción de ello, sin darle importancia a las discrepancias, y tengamos la suerte de toparnos con ella, dejemos a un lado las definiciones, porque definir es limitar.

Cosas que los youtubers no deberían hacer

Desde su inauguración en 2005, la plataforma de vídeos YouTube, ahora perteneciente al gigantesco mundo de Google, ha ido haciéndose un sitio web de búsquedas casi que imprescindible para la humanidad, ya que millones de vídeos se consumen y publican a diario.

Hace cosa de dos años me empezaron a recomendar vídeos de los que llamaban youtubers, pero, ¿quiénes son en realidad y qué hacen?

“Como estrellas de rock en el firmamento 2.0, estos jóvenes son excéntricos, polémicos, adorados, incomprendidos y, sobre todo, ricos. Ganan millones de dólares gracias a los vídeos que suben a YouTube y son seguidos por hordas de adolescentes.” El Trece TV.

El caso es que el fenómeno youtuber se ha ido extendiendo por todo el mundo en cuestión de pocos años, y ahora, quien no ve los mejores vídeos de los youtubers más famosos poco merecen salir los viernes a tomarse una cerveza.

El caso es que desde que empecé a ver vídeos de algunos en concreto hasta ahora, he podido notar una cierta evolución. No solo se hacen más y más famosos, sino que sus vídeos cambian con el tiempo. Espera, no, con la fama.

Sí, con la fama. Muchas de las estrellas tras la cámara llegan a un punto en el que todo se mueve en torno a ellos, y no es difícil de notar. Por eso hoy he llegado a la conclusión de que hay unas cuantas cosillas  que un youtuber nunca debería hacer. (Por supuesto, toda generalización es injusta)

1. “Escribir” libros.

No entiendo la moda del youtuber escritor, e incluso a veces me resulta un pelín insultante a los verdaderos escritores, por eso merece el primer puesto.

Para empezar está el típico libro que es una absoluta y completa copia de los libros de Keri Smith. Casi todo el mundo conoce ya el clamado Wreck This Journal  de la autora, pero cuando yo comencé a conocer los libros ni siquiera estaban en mi país (hará unos tres/cuatro años) y de hecho mi ejemplar lo compré en Londres. Me pareció completamente original, novedoso y creativo, pero gracias, no necesito mil libros de diferentes adolescentes basándose en la misma idea que la primera vez es original, pero la segunda y la tercera cansan y son innecesarios, sobre todo cuando lo único que vende es la firma de la persona.

En el mundo de hoy en día lo que cuenta es innovar. No puedes coger una idea que ha fascinado a medio mundo y copiarla “a tu estilo”, que para eso ya tenemos el original, que como con todo, es mil veces mejor. (Aparte de que personalmente creo que los retos que se inventa esta gente son inútiles y para nada creativos).

Otro tipo de libro que vende en masas son las súper autobiografías (ueh). No sé si me hace reír o llorar. Que alguien famoso que ha pasado por situaciones extraordinarias escriba una, vale, pero ¿por qué algún adolescente que no ha vivido ni la mitad de su vida va a gastar páginas y páginas en contar por qué decidió subir su primer vídeo? Créeme, a nadie le importa. Una vez más, vende la marca.

Así que, en conclusión, ¿por qué creo que no deberían gastar el tiempo en escribir libros? Primero porque no es lo suyo. Sí, cualquiera puede escribir un libro, pero no todo el mundo vale para el oficio. Y si tú te has hecho famoso por colgar vídeos, sigue colgando vídeos, no experimentes con algo porque has visto que vende, porque sí. En segundo lugar porque lo que en realidad vende es la marca youtuber, no el libro en sí. Ninguno de esos libros llegaría a la mitad de ventas si no fuese por los fans, porque nadie se para en una librería para comprar un libro de una cara bonita que nos cuenta su vida.

 

2. Lo segundo que los youtubers no deberían hacer es dedicarse a la música.

Ojo, no digo que la gente que se dedica a la música en youtube sean malos músicos, hay veces que los covers son incluso mejores que la original. A lo que me refiero es a la gente que de buenas a primeras saca un pedazo de vídeo para su single con cuarenta filtros hipsters, humo de colores y carencia de contexto. Eso sí, la música electrónica y pop barata es el canon para estos jóvenes. ¿Originalidad? De nuevo les falta. Aparte de que muchas tienen letra que parece ser escrita por Abraham Mateo, songwriter, la inmensa mayoría suenan igual: voces planas, mucho chumba chumba del barato y melodía… mejor no hablar de ello. Los gustos musicales son un área muy peligrosa, pero no creo que a nadie que le guste ese tipo de música vaya en busca de esos singles chatarra. Cómo no, vuelve a ser el personaje quien da rienda suelta a la venta obsesiva.

 

3. Por último (y solo porque tengo los dedos doloridos) están los Daily Vlogs.

Me encantan los vídeo blogs, soy muy cotilla. Me encanta ver qué hace la gente, sobre todo si viven en la otra punta del mundo y sus vidas son completamente distintas a la mía, pero bebés, consejito del día: todo en exceso es malo.

Actualmente todo el mundo se queja del exceso de tecnología, en concreto de los smartphones. Que si estás comiendo con alguien y mientras hablas la otra persona está chateando, que si ahora nos hacemos selfies con todo, que si bla, que si ble. Esto es lo mismo, pero en vídeo. ¿Quién coño soportaría vivir con alguien que va con una cámara constantemente y que lo graba todo? ¿Que la comida tiene una pinta increíble? Espera, que lo grabo. ¿Que voy a un concierto? ¿Para qué disfrutar de la música? Espera, que lo grabo. ¿Que un amigo viene de la Conchinchina? Antes de saludar, grabo.

Personalmente, no me importa un pimiento (no llaméis a Sin Chan) tu vida diaria. Sí, un viaje está bien, un festival, un acto importante, la preparación de una fiesta, cosas puntuales. Pero no tengo la necesidad de ver media hora sobre tu vida todos los jodidos días, y si a alguien le interesa, se llama obsesión. Oh, tía, ¿has visto lo que ha subido hoy? Sí, tía, su perro dio dos volteretas y comieron pollo asado. ¿Cómo vivir sin saber esto? ¿Por qué leer, estudiar para los finales, ver fotos de cachorros, cuando puedes ver esto?

 

En fin, como mi profesor de arte dice: no toda la obra de un artista es buena y hay obras de artistas no conocidos muy buenas.

Llanes está de cine

Estás han sido mis consideradas vacaciones milagro; milagro por haber elegido un idílico lugar del norte en vez del agobiante y agotador calor de las playas del sur. La verdad es que hace bastante tiempo que tengo debilidad por la mochila y las deportivas antes que por la toalla y la sombrilla, así que esta semana, entre el tiempo fresco que te invita a moverte del sofá y el precioso color verde que te rodea allá a donde vayas, me he sentido como pez en el agua.

El destino elegido fue un pequeño pueblo costero asturiano: Llanes.

El paseo de San Pedro, la Playa de Puerto Chico y la alegría que desprende su gente durante las fiestas que se celebran en julio en honor a la virgen de la Magdalena, fueron entre otros lo que hizo que me quedase enamorada del precioso sitio, al cual sin duda alguna pienso volver. Pero lo que más me llamó la atención fue que Llanes estaba de cine. Al principio dudé... ¿De cine? Pensé en un cine de verano, en películas nocturnas a orillas del mar, pero por muy tentador que eso pueda sonar, la realidad era mil veces mejor. Y es que Llanes no estaba de cine... Llanes era de cine.


Todo comenzó con un cartel donde se anunciaba el recorrido. El Abuelo, Historia de un Beso, Epílogo, El Corazón del Bosque... Ninguna me sonaba, pero de repente, ahí estaba: El Orfanato. La obra de Juan Antonio Bayona resulta encontrarse entre mis películas de miedo favoritas (también he de decir que no soy muy fan de ese género), así que en cuanto me enteré de que allí mismo estaba uno de los escenarios en los que se había rodado la peli no tardé en llenarme de entusiasmo y ansias por visitar dicho sitio; tanto, que a pesar de su terrorífico aspecto, me encaminé yo sola hacia la majestuosa mansión.



No encuentro un solo adjetivo que pueda resumir ese paisaje. Era un personaje más con tragedia propia. A medida que te vas acercando a la gran amplia puerta de hierro, las vistas comienzan a sorprenderte. Los ojos no pueden abandonar la estructura, la mandíbula se te cae, los pelos se te ponen de punta y sientes escalofríos que tan solo te dan ganas de más; adrenalina. Si era posible enamorarme más de ese pueblo, en ese momento lo hice.


Tras búsquedas y más búsquedas encontré toda la información que pude sobre Villa Parres, la casa donde se rodó el film, también conocida como Palacio de Partarríu entre los habitantes llaniscos.

Algunos de los detalles más interesantes que encontré sobre esta maravillosa mansión son ciertamente escalofriantes. La casa, incautada para albergar un hospital durante la Guerra Civil, fue mandada a construir por José Parres Piñera, finalizando dicha construcción en el año 1898. Éste apenas pudo disfrutar de ella, ya que murió un año después justo allí, en Villa Parres. ¿Qué más se puede pedir de un edificio abandonado de ese estilo?


Aquella tarde rodeé los viejos muros de su jardín hasta que la lluvia quiso interrumpirme. Llené la cámara de fotos con la esencia del cine, del terror, de lo desconocido, foto tras foto sin cansarme, poniéndome en el papel de una intrusa periodista. Me sentía como si haciendo cada una de las fotos a los desgastados cristales de sus ventanas estuviera invadiendo sus habitaciones y adentrándome entre la maleza que la rodeaba.

Por desgracia para mi curiosidad, la puerta se encontraba entreabierta, alimentando con ello mi deseo de traspasar el casi devastado muro de piedra que me separaba de la entrada. En ese momento pensé que era injusto. Yo quería entrar, me daban igual las fotografías, tan solo quería entrar por el simple placer de saber. ¿Qué habría ahí dentro? ¿Estaría completamente vacía, derruida? ¿O estaría quizás tal y como la dejó su último inquilino? ¿Cuántas habitaciones tendría? ¿Cuántos escalones? Nunca lo sabré.

Pensé en el dinero que podrían ganar convirtiendo Villa Parres en un fantástico museo, en una atracción turística, porque yo en aquel momento hubiese donado todo lo que había en mi bolsillo con tal de contestar a la ola de preguntas que inundaba mi tozuda cabeza. Pensé en qué posible razón les detendría a los propietarios de realizar semejante proyecto, y tras mucho pensar acabé formulándome esta pregunta: ¿museo o misterio? Por muy grande que fuese mi sed y mi hambre por la casa, decidí que la respuesta correcta era el misterio.

¿Por qué? Porque si no hubiese misterio, no habría deseo; y si no hubiese deseo, no habría Villa Parres.

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