Admito mi victoria

Hace mil años y otras mil exageraciones que no escribo. Así, sin pensar en los signos de puntuación mal puestos, pasando los dedos por el teclado a toda prisa con el miedo de que se me olvide alguna palabra y vuelva a pasarme lo que más temo: quedarme en blanco. 

Hace tiempo leí una frase, de estas que te tatuarías justo en el mismo sitio que todas las demás que consiguen darte un pellizco ahí, entre costilla y costilla. Es gracioso lo inspirados que estamos cuando nuestros corazones están rotos. Y yo, fan de las discrepancias, pienso que es la mayor mentira del mundo. Y es que es aún más gracioso lo inspirados que estamos sin darnos cuenta cuando somos felices. Quizá no de la misma forma, quizá no tan evidente, pero lo que sí tengo claro es que felicidad e inspiración no son enemigas del todo íntimas. 

Y es que a lo mejor a medida que se va pegando cachito a cachito perdemos la capacidad de entender qué es lo que nos pasa. A veces rozamos ese botón que no sabemos dónde está y cambiamos la desazón por ese sentimiento que todo lo mueve. Ese sentimiento que nos inspira, a ciegas, más que nunca. Que nos inspira a cantar por todo lo alto, a sonreírle a desconocidos por la calle, a saltar de nuevo en la cama, a reconocer que el sol brilla más que nunca, a admitir de verdad que no esperas nada a cambio, a bailar en la ducha sin miedo a un resbalón. Eso que te inspira incluso a ser más feliz todavía, a no dejar que nada se te ponga de por medio, a comerte el mundo y media Vía Láctea, a seguir sonriendo incluso cuando se te jode el calentador a las ocho de la mañana, y mira, si eso no es estar inspirado yo pongo punto y final. 

Ese sentimiento que incluso te inspira a seguir escribiendo, bobadas, frases sueltas que parecen surrealistas, metáforas incomprensibles que no encajan en ninguna poesía, poemas de verso libre que acaban siendo prosa poética, y prosa que te queda colocado de tanta cursilada.

Lo malo es que en este mundo solo está bien visto admitir tus derrotas. Escribir sobre lo mal que te va y lo injusta que es la vida porque mal de muchos consuelo de tontos, y porque es más fácil admitir que nada es como te gustaría y sentarte a ver como eso pasa que levantarte y cambiarlo aunque sea a base de hostias, porque por si no te has dado cuenta, es inevitable. En cambio escribir sobre lo alto que está tu termómetro de la alegría lo convierte en postureo, en maneras de admitir lo tonto que estás porque hasta ducharte con agua fría te parece bonito. Y es que aún no se ha registrado ninguna muerte por exceso de mariposas en el estómago, así que ya va siendo hora de admitir sentimientos que no hacen daño a nadie, de más darnos la mano en vez de darnos por vencidos, de más te quieros y menos y sis. Ya va siendo hora de admitir nuestras victorias.
Con la tecnología de Blogger.

Seguidores