En tiempos de guerra, amar es traicionar

La semana pasada comencé a ver una serie de documentales sobre el mayor conflicto que jamás ha conocido el siglo XX, y quizá la historia entera: la Segunda Guerra Mundial. Lejos de sentirme culpable, poseo gran interés y atracción hacia dicha época, incluyendo los acontecimientos que tuvieron lugar entre esos años, al parecer, tan oscuros.

Uno de los documentales que más me gustaron —y de hecho, el más duro— fue Auschwitz, el cual se puede encontrar en Netflix. En una serie de seis episodios, tanto el narrador como los propios supervivientes al Holocausto, e incluso algunos de los agentes de las SS, nos cuentan cómo era la vida en el campo de concentración mientras se llevaba a cabo la Solución Final, como nunca antes lo habíamos escuchado.

Una de las historias que más me conmovió fue la de Helena Citronova, prisionera judía, quien tuvo una relación algo peculiar con un hombre de las SS, Franz Wunsch. Él, enamorado de Helena, salvó tanto su vida como la de su hermana, convirtiéndolas en supervivientes de uno de los mayores genocidios de la historia. Ella a cambio, testificó años más tarde a su favor en su juicio por crímenes de guerra. 

La búsqueda de más información acerca de este intrigante amor prohibido me llevó a un libro que contaba una aventura similar: El secreto de Stella, de Kate Breslin.

Alemania, 1944. Stella se siente abandonada por Dios cuando, tras salvarse de ser fusilada en Dachau, cae en manos de un nuevo enemigo: el coronel Aric von Schmidt. Él la obliga a ser su secretaria y la lleva al campo de concentración de Theresienstadt, donde tiene que participar en el envío de judíos a Auschwitz en los trenes de la muerte. Mientras enfrenta el horror que se esconde tras los muros del campo, entre ella y el coronel nace una atracción que no puede aceptar. Él es un nazi y además... no sabe quién es ella en realidad. Dependerá de su valentía que triunfen el amor, la felicidad y la libertad. Dios la llevó a Theresienstadt para cumplir una misión, pero ¿será capaz de llevarla a cabo?

La trama me captó en seguida, e intrigada por cómo demonios podían haber florecido tales sentimientos entre dos claros enemigos en un lugar como ese, comencé a leer. 

El libro es de fácil lectura, sobre todo si resultas ser una románticona empedernida, amante de los amores imposibles. Sin embargo, a pesar de los testimonios de Helena y Franz (cuya historia es totalmente distinta a la narrada por Breslin), no me resultó muy verosímil. ¿Gratificante? Sí. ¿Creíble? No del todo. La razón puede ser la facilidad con la que surge la chispa entre ambos personajes. Aric no tiene ni idea de quién es Stella en verdad, pero ella sabe perfectamente quién es él, de dónde viene y a qué se dedica. Aun así, no tarda mucho en enamorarse de él y pensar que es "diferente a los demás". Teniendo en cuenta que ese "demás" del que Aric forma también parte se refiere a los discípulos de Hitler, me cuesta creer que una joven judía soportase tales acercamientos por parte de un nazi, a pesar de que éstos la mantuvieran con vida.

A pesar de ese pequeño tropezón por parte de la escritora, no puedo hablar mal de la novela. Y es que aunque el mayor protagonista (que es el típico amor shakespeariano entre ambos jóvenes) no esté desarrollado como quizá debería, el resto de la trama hace del libro una obra equilibrada y al menos notable. Breslin toma el episodio veterotestamentario de la reina Ester y lo traslada a los años del tercer Reich, siendo en mi opinión su mayor mérito argumental. De esta manera, crea una fantástica heroína, lider de todas las víctimas judías, que librará una batalla que todos desearíamos dar por cierta.

Si somos capaces de no olvidar en ningún momento que se trata de ficción histórica, la obra resulta bastante satisfactoria. A mí no me robó más que un par de días y alguna que otra lagrimilla en el autobús de camino a casa, por lo que diría que merece la pena. A pesar de no ser una historia real, hablamos de un escenario real, hechos reales, víctimas reales, y pienso que nunca se sabe demasiado sobre ellos. No solo es una historia sobre amor clandestino, sino también sobre las ambigüedades de los bandos, los dilemas de la vida, la traición, el deber y el poder, la cabeza contra el corazón...

El secreto de Stella, además de demostrar que hasta el más fuerte puede llegar a sentir piedad por los más débiles, habla de lo que supone una gran lucha interior en tiempos de guerra.

Tres visitas obligatorias

La semana pasada no fue malgastada del todo. Gracias al merecido descanso meteorológico que tuvimos era la ocasión perfecta para realizar algunos puntos de mi wishlist universitaria. Taché tres en total, y ninguno me ha dejado indiferente, ya que tal y como yo me esperaba, han merecido mucho la pena. 

1. La Malhablada 

Cada vez que paseo por la calle Compañía el rótulo sobre la puerta llama mi atención, a pesar de hoy día carecer de su pintoresca pintura. Un pequeño edificio antiguo dedicado a los microteatros nocturnos, con un cartel a la entrada que te invita a subir a su terraza y disfrutar de las maravillosas vistas. De vez en cuando, sobre todo si estoy en gran compañía, nos acercamos a ver el tablón donde anuncian las obras en cartelera. Esta vez una llamó completamente mi atención, y no debéis de tener mucha cabeza para poder imaginar sobre qué iba esta obra.

El relojero, así se titulaba. La historia de tres soldados prisioneros en un calabozo nazi a los que se les presenta una terrible decisión: han de elegir a uno de ellos para ser fusilado, si no hay elección alguna, todos correrán la misma suerte. 

A tres míseros euros la entrada decidimos ir sin pensárnoslo dos veces. Subimos al ático y nos asomamos a aquellas vistas de las que tanto se hablaba. El paisaje nocturno no podía ser más idílico e inspirador.


Entonces vimos a un par de soldados de uniforme salir a la misma terraza en la que estábamos para fumar un cigarrillo. A pesar de que sabía que aún no estaban actuando, era como sentirse parte de la trama, como trasladarse a otra época. Normalmente tan solo acostumbro a ver a gente vestida así a través de una mera pantalla, pero aquello se sentía totalmente diferente.

Poco después sonó una campana, avisándonos de que ése era nuestro turno. Bajamos las estrechas escaleras y una mujer nos invitó a entrar a una sala bastante pequeña. El público era un grupo reducido de apenas media docena de personas, y eso lo hacía todo mucho más cercano. Estábamos a punto de ver una obra de teatro en nuestras mismísimas narices, y no una obra cualquiera en un típico escenario cualquiera. 

La pared frente a nosotros estaba hecha de cemento, y a la izquierda había una especie de despacho con cristales tintados. Dos soldados ya se encontraban encarcelados a nuestros pies, y de repente, mientras la música sonaba como banda sonora, un tercero era echado al calabozo a manos de un soldado alemán. Los pelos se me pusieron de punta.

Lo cierto es que nunca he sido gran fan del teatro, teniendo una notable predilección por el cine. Es comprensible que los escenarios en el teatro no pueden equivalerse a los del séptimo arte, por cuestiones obvias, pero además de eso (puede que porque nunca he asistido a una obra en condiciones) siempre me ha parecido un género mucho más sobreactuado, en el que los actores no pueden cometer errores y los nervios de vez en cuando son notables; cosas del directo.

Estaba equivocada. Tan solo duraba quince minutos, y se me hizo corta. La obra fue exquisita, los actores naturales, realistas, y la trama del todo interesante, dejándote pensativo hasta incluso ahora, una semana después. Además, debido a la cercanía con el público, pudimos tanto hablar como felicitar a los actores, cosa que no pasa ni en el cine ni en una obra teatral ordinaria.

Se ha acabado esa separación de escenario y butacas, entre actores y espectadores. En la Malhablada eres trasladado a la obra junto a los personajes.


2. La Alberca

Harta de buscar la nieve hasta debajo de las piedras, me olvidé de ella y decidí regalarnos un viaje a uno de los pueblecitos de la provincia de Salamanca más pintorescos. La Alberca, nombrado Monumento Histórico-Artístico en los años cuarenta, es otro traslado a otra época, esta vez la Edad Media, donde esta población tiene sus orígenes.  

Es destacable su iglesia, del siglo XVIII, curiosamente acabada el mismo año que la catedral de Salamanca. 

 
Visitada por Unamuno y otros muchos artistas a los que cautivó. Y es que no es extraño que así fuera, ya que a pesar de recorrerlo en poco más de un par de horas, resulta del todo acogedor y engatusante. 
 





Cabe decir que no esperaba encontrarme tantos anticuarios en los que poder rebuscar algún que otro capricho, y como consentida que soy, acabé trayendo algo a casa. 




3. La Scala Coeli

Lo bueno de la universidad, y a veces lo malo, es que tenemos un horario con bastantes horas libres. Normalmente tan solo las utilizamos para ir a comer o para jugar al trivial como verdaderos frikis de la historia y la cultura. Sin embargo, el pasado martes alguien tuvo la gran idea de poner nuestro culo en marcha y hacer alguna que otra visita a los mayores monumentos que tenemos a tan solo un tiro de piedra del sitio en el que estudiamos. Esta vez fuimos a visitar durante su horario gratuito la Scala Coeli de la clerecía de la Universidad Pontificia.



Las escaleras de caracol no son las mejores amigas de mi querido vértigo y tembleque, pero aun así, cargada de la mochila y el manual de Historia Moderna, hice un pequeño esfuerzo. Parecían no acabar nunca. 

Como casi siempre, el esfuerzo mereció la pena. Las escaleras daban acceso a ambas torres, recibiéndote con una esplendida vista panorámica de toda la ciudad. 


 
Es una de las mejores manifestaciones barrocas de toda Salamanca, y tal como su nombre indica, se trata de una escalera al cielo.

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores