Salamanca, ciudad monumental

Como cada vez que me dispongo a comenzar una nueva entrada, ya llevo varios días retozando en mi cabeza en busca de algo interesante que contaros. Lo cierto es que nunca encuentro nada que merezca tanto la pena como para que se vea capaz de fascinaros o siquiera de atraer vuestra atención, pero sí que hay pedacitos de mi día a día que me gustaría compartir con un puñado de personas, por pocas que sean y por desconocidas que resulten, como por ejemplo, sitios que me gustaría que todo el mundo visitase, comidas que me gustaría que todos degustasen, detalles que desearía que todos apreciasen o sensaciones que nadie debería perderse. 

A pesar de mi falta de expectativas para este fin de semana, las circunstancias se las han apañado para mantener mi agenda saturada, y a pesar de poder dedicarle todo el tiempo del mundo, aún hay cosas que me faltan por hacer. Y es que con este tiempo casi veraniego no hay quien aguante dentro de casa, por lo que, armada con poco más que un libro y una gran playlist del mejor retro-swing, me salté mi queridísima siesta para adentrarme en la búsqueda de un buen sitio para leer.

Quizá no sea el sitio idílico para una tarea tan relajante, debido a su continuo bullicio y trasiego de turistas, pero la Plaza de Anaya me sigue resultando un enorme museo a pleno aire libre. No solo se trata de una fusión del estilo neoclásico del palacio con el gótico tardío de la catedral, simultáneamente enfrentados, sino de su enorme carácter cosmopolita y vivo. No importa cuanta gente atraviese la plaza, para mí sigue siendo un sitio en el que puedes tirarte horas simplemente mirando, sobre todo en esta época del año, en la que, si no te cruzas con una boda, lo haces con dos.

Después me pasé por la enigmática y concurrida Plaza Mayor, donde me topé con un curioso intruso. 


La obra de Barceló, junto con sus demás compañeras de colección, ya han despertado todo tipo de opiniones, pero sobre todo ha suscitado curiosidad, ya que no es para menos. Se trata de una de las piezas de una exhibición que se dará en distintos puntos de la ciudad, comenzando este próximo viernes con motivo de la celebración del VIII centenario de la Universidad de Salamanca. Aunque, he de decir que, a opinión personal, parece haber más interés propagandista de por medio que conmemorativo. No obstante, el elefante me resulta simpático e incluso entrañable, ya que solo hace falta agrandarle las orejas para que me recuerde a una de mis queridas películas Disney. No he tenido el placer de ver las demás esculturas, pero por lo visto no son tan adorables como esta.

Una de las visitas pendientes que tenía desde hace tiempo era el mercadillo de Salamanca. Sí, tal cual. Por eso me pegué el madrugón al día siguiente para no perdérmelo. Aquí lo llaman El Rastro, espero que sin intención de compararse con Madrid, y lo cierto es que la larga caminata (en localización también gana la capital) mereció más la pena de lo que pensaba. No era un pintoresco flea market inglés al estilo Portobello, ni siquiera tan interesante como el verdadero rastro, pero sí que dejaba bien lejos a todos los mercadillos que estoy acostumbrada a ver en mi humilde provincia. Evidentemente, fueron los puestos de antigüedades los que me cautivaron, teniéndome horas bajo el sol en busca de gangas. Y sí, siempre cae algo.

Ambas postales de la derecha son de uno de los puestos.
Aproveché para llevarme algunas postales que pudiera intercambiar con mis nuevos penpals, y la jugada me salió bastante buena, por lo que repetiré más de una vez mi visita. Además me di cuenta de que, si hubiera tenido casa que amueblar en ese momento, podría haber sustituido perfectamente a Ikea. Lo cierto es que no le falta de nada en cuanto a artículos viejos. Puedes encontrar desde relojes del siglo XIX hasta postales del mismo periodo, pasando por falsos Matisse, verdaderas obras de arte desconocidas que podrían hacerse pasar por un Picasso de la etapa protocubista e incluso un verdadero gramófono en perfecto estado.

Lo siguiente fue pasarme (una primera vez) por la feria del libro que se situaba, de nuevo, en la Plaza Mayor. Este año, el día del libro ha sido dedicado a Gabriel y Galán, cuyo retrato aparece en los marcapáginas que repartían con las compras. Un diseño que, necesariamente he de decirlo, no ha podido ser más acertado, ya que esa complementariedad de tinta y acuarelas da un resultado vistoso, pero sencillo y clásico. No me dio tiempo a pasear por todos los puestos, o más bien, no me dio la gana. Sin embargo, sí que me paré un buen rato a escuchar la actuación de una orquesta que se encontraba bajo uno de los arcos principales de la plaza. Culpo a los temazos de ABBA por llamar mi atención. ABBA en en un estilo instrumental, ahí estoy yo.


Por la tarde y ya acompañada, decidimos volver a la feria antes de que se acabase. ¡Peligro! Había conseguido salir de aquel embrollo con todo el dinero en mi bolsillo una vez, pero no habría una segunda. A ver, son libros, así que digamos que la causa está justificada. Al final compré un ejemplar de Ian Westwell, I Guerra Mundial, día a día. Era casi de esperar sobre qué iba a ir el libro casi incluso antes de cogerlo, pero es que no me puedo contener. No tengo remedio y no me avergüenzo de ello. Tan solo me costó 12€, y es una guía perfecta para aquellos que nos encanta la historia, pero un poco desde la distancia, ya que tiene un gran contenido en apoyo visual además de ser muy esquemático. Lo gracioso es que la compra fue en la misma librería que visito al menos una vez por semana, porque ya os he dicho que a veces no puedo aguantarme las ganas. Unos comen chocolate y otros nos rodeamos de cosas viejas y con cuanto más polvo mejor.


La librería-anticuario se llama Mundus Libri, y se la aconsejo a todo aquel fan ya sea de la literatura, la historia o las antigüedades en general que asome la cabeza por la ciudad del Tormes. Está situada en la Calle Compañía, número 43, y ahí he llegado a comprar postales de la misma ciudad de hasta los felices años veinte. Se trata de un sitio perfecto para buscadores de tesoros aficionados, ya que es necesario observar con atención y rebuscar, a veces incluso quitar capas de suciedad de entre el montón de revistas. Uno de mis objetos favoritos que aún está en mi lista de la compra es la revista Life de abril del 45, así que espero no haber dado el chivatazo a la gente equivocada, pero lo cierto es que me da hasta miedo preguntar el precio.

Así, terminé mi fin de semana con un buen helado a la italiana en pleno foco turístico. Y es que hay que hacerse poco a poco a las costumbres toscanas, porque en nada ya estamos pisando el mismo suelo que algunos grandes como Miguel Ángel, Brunelleschi o el mismo Dante Alighieri.


Al final, por muy pequeña que pueda parecer, Salamanca es una ciudad monumental sin nada que envidiarle a cualquier capital europea, sobre todo en esta época del año, en la que experimenta tal cambio que la hace estar aún más llena de vida. A estas alturas no dejo de pensar en que apenas quedan dos meses para que termine el curso, en que todo se ha pasado muy rápido y en lo mucho que voy a echar de menos esta nueva vida que apenas acabo de comenzar a saborear.
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