Tiempo para nada.


Nos pasamos la vida haciendo cosas que no nos gustan para poder hacer lo que realmente queremos algún día, sin siquiera tener la verdadera certeza de que ese día tiene fecha prescrita. Sin saber si es cierto que algún día las horas serán completamente nuestras y podremos dedicarlas a lo que nos hace sentir vivos sin recibir ningún tipo de remordimiento. Debería estar haciendo otra cosa, estoy perdiendo el tiempo, hay cosas más importantes que esto, esto es tan sólo un antojo mío, no merece la pena.

Nos encanta decir que la vida son dos días y que hay que aprovecharlos, pero es pura matemática. El día tiene veinticuatro horas, de las cuales un mínimo de ocho deberían emplearse para dormir. Aquel que tenga trabajo pasa mínimo seis horas desempeñándolo, y el que no, debería usarlas para buscarlo. La mitad de nosotros ni siquiera hacemos cinco comidas al día, y aun así perdemos horas en cocinar y comer o bien en ir a un restaurante y esperar a que te sirvan. Y aunque vayas a un puto McDonald's, si con cada comida pierdes al menos media hora, esto se convierte en más de hora y media perdida con la maldita boca llena.

Imaginando que eres rápido en el baño y que no te pilla ningún atasco en todo el santo día, enhorabuena, te quedan ocho horas. Si eres español, solo siete y media.

Ocho horas para hacer todo lo que no te haya dado tiempo en el trabajo. Ocho horas para más papeleo, para ir a la compra, para tirar la basura, para limpiar la casa. Ocho horas para jugar con tus hijos o para cambiar pañales. Ocho horas para ver una película, para escuchar música, para aprender idiomas o ir a clases de bailes. Ocho horas para charlar con tus padres, con tu pareja, para echar un maldito polvo. Ocho putas horas para relajarte en un baño de espuma, para dar un paseo, ni hablemos de ir al gimnasio. Ocho horas para hacer lo que te gusta, para escribir, para leer, para pintar, para tocarte los cojones.

Yo aun soy estudiante y apenas tengo obligaciones en el mundo adulto, pero como estudiante juro que el mundo se me cae cuando pienso en hacer tan solo la mitad de las cosas que he dicho. Y me jode, me jode mucho cuando me dicen si hay tiempo para todo, eres joven, hay que vivir. Porque aquí uno no tiene tiempo para todo. Uno tiene dos columnas, la de las obligaciones y la de los placeres, y uno elige entre ambas si quiere completar una sola, porque sino todo queda a medias. Por eso me jode, porque cuando se dice que uno no sabe cuando va a marcharse para el otro barrio y que hay que aprovechar el tiempo se hace a modo de palmadita en la espalda. Eh, tranqui, que todos estamos igual de jodidos. Y desgraciadamente, la culpa es nuestra.

Pasamos toooooda nuestra santa vida pensando en el futuro, ahorrando para un coche, la casa, la hipoteca. Estudiando para poder trabajar, trabajando para poder vivir, viviendo para poder trabajar. Y sin darnos cuenta, mandando a tomar por culo la columna de los placeres.

¿Qué son los clásicos?


¿Qué es un clásico? Un clásico es aquél que no pertenece a una época, sino a la eternidad, aquél que no pasa de moda, aquél del cual pronuncias su nombre y todo el mundo lo reconoce, aquél que siempre acabamos leyendo a la luz del flexo en mitad de la noche aunque sea por mera curiosidad. Pero para mí un clásico es, sobretodo, aquél que por mucho que pasen los años, décadas y siglos, sigue embaucando a todo tipo de público, sigue teniendo gran repercusión en la actualidad y no deja de enseñarnos siempre algo nuevo, un algo que se queda clavado en tu interior como una pequeña espinita. Cuando esa espinita se clava en el corazón de todos los lectores, acaba por formarse un enorme rosal, y ese rosal pasa a llamarse clásico.

Este año es el aniversario de la muerte de dos grandes escritores, clásicos por sí solos. Uno de ellos es mi querido Shakespeare, por el que, puede que por su lenguaje o por el simple hecho de ser todo un enigma, siento gran predilección. Nadie se atrevería a negar que cualquier obra del dramaturgo inglés es completamente un clásico en toda regla, sobre todo si aplicamos esa regla a una de ellas en concreto: Romeo y Julieta, el prototipo de amor trágico por excelencia, y la base de miles de novelas, canciones y películas a lo largo de toda la historia. ¿Cuántas historias se han basado en el amor prohibido de dos jóvenes a causa de su familia? Hemos decidido ir dando capas de azúcar al fatídico desenlace, pero por lo demás, el argumento sigue siendo el mismo.

Si buscas en internet adaptaciones cinematográficas de las obras de Shakespeare la lista es infinita. Si he de nombrar algunas, esas serían El Rey León (basada en Hamlet, por muy increíble que parezca) y West Side Story (basada, evidentemente, en Romeo y Julieta), un musical situado a mitad del siglo XX en las calles de Nueva York. Ambas son maravillosas creaciones tratadas de un modo completamente distinto y llevadas a un género totalmente opuesto.

Lo mismo pasa con la música, por ejemplo. Sus obras han llegado a ser tan inspiradoras que hasta el arte de la música ha cogido prestada algunas de sus maravillosas quotes. En la canción Limelight de Rush se incluye la famosa frase de “la vida es un escenario y nosotros somos simples actores”. También ha inspirado a artistas tan grandes como Elton John, con su canción The King Must Die, Bob Dylan, con Desolation Row, e incluso a Taylor Swift con el tema Love Story, donde se declara oficialmente una Julieta que desea cambiar el final de su historia.

¿Las razones de su infinito éxito? La vida nunca cambia. Tal y como suena. Shakespeare trata temas cotidianos a los que todos nos enfrentamos al menos una vez en nuestra vida. ¿Quién no ha tenido un amor imposible o ha sentido la duda de si hacer o no hacer algo hasta llevarlo a la locura? ¿Quién no ha sentido ambición, celos, y las ganas de venganza (siempre que no incluya un asesinato)? ¿A quién no le han traicionado alguna vez en su vida? Los problemas que él trata siguen existiendo hoy en día aunque en vez de tratarse de todo un país como Dinamarca, se trate tan solo de nosotros mismos. Además, los personajes que manipula son del todo humanizados, y por mucho que hayamos cambiado, la naturaleza del ser humano sigue siendo la misma.

Si tuviera que elegir un clásico favorito tendría que cerrar los ojos bien fuerte y morderme el labio para no decantarme por mi adorado William. Su historia de amor más trágica es, por muy cliché que parezca, mi benjamín de toda la literatura, más por su forma de tratar el diálogo y las palabras que por el argumento en sí. Pero trasladándome al ámbito de la novela, elegiría El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, al sentirme eternamente atraída por la época de los años veinte y sus glamurosas fiestas empapadas de música jazz, que, en una sola tarde, consiguió clavarme su diminuta espina de 183 páginas.

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores