Tú, Salamanca, tú.



Tú, Salamanca. Ciudad de arte y cultura, te llaman. Ciudad viva del recuerdo. Tú, con tus idas y venidas, con unos que llevan toda la vida contigo mientras otros tan solo acaban de conocerte. Tú, que atrapas a aquellos que no pensaban quedarse, que haces daño a los que no les queda más remedio que decir adiós. Tú que me vuelves indecisa y que haces que te añore aun siguiendo tus pisadas.

Ciudad del castellano, te dicen, a ti, que con tus luchas y protestas vences desde tiempos inmemorables y convences a pesar de tus derrotas. Tú, que lo mismo nos llenas de música que de silencio, con tu orgullo, con ese aire de grandeza que hace que uno se sienta tan pequeño.

Ciudad del saber, he leído. Tú, con ese color uniforme de tu piedra, de metopas y triglifos, de arcos que reciclan sus formas y de columnas compuestas y esbeltas. Salamanca de caras conocidas y otras tantas tan extrañas, de nombres memorables y épocas oscuras. Salamanca, compleja y difusa, que me envuelves y me acoges como si de mi casa se tratara y luego me arrojas desde las alturas de tus torres. Tú, escaleras arriba y escaleras abajo que tratan de llegar al cielo, tú que rozas las nubes porque ellas así lo desean. Ciudad del saber, dijeron.

Tú, Salamanca, tú, que haces que recorrer tus calles sea sueño y desventura, que abrazas a tus amantes entre túneles y pasadizos secretos que se abren a patios de lo desconocido. Tú que llevas en tus entrañas la amargura, el miedo y el lamento, nos sonríes como si siempre hubieras robado los rayor del sol. Tú, con tus modales clásicos, sin perder la compostura ni un instante, tú, que me vuelves delirante con todas las historias que en ti se esconden. Que si amantes y soldados, que si guerras, que si bandos. Y es que no hay mayor dictadura que la de amarte.

Tú, Salamanca, tú. Ciudad de estudiantes, gloria y patria de las letras, que alzas tus edificios en suelo indestructible, que te camuflas allá donde te vean. Tú, que luchas por nosotras, las mujeres, que nos enseñas el sentimiento de rozar el verdadero cielo y que haces que se enciendan todas nuestras cerillas. Tú, que amparas a aquel que desea ser tu aprendiz desde hace más de ocho centurias, que nos abres los ojos y nos aportas esperanza. Tú, querida mía, ciudad inspiradora, que haces que te escribamos mil versos por noche y que siga habiendo tinta, que nos haces perder la cabeza y a la vez asentarla en el mismo día, tú, que nos has hecho sentir parte de la historia.

Tú... Salamanca. Tú que das y que quitas, llena de vicios y virtudes, que abres puertas al escepticismo, a lo abstracto, y lo conviertes en admiración y éxtasis. Tú que tratas con calma a los perdidos y das la mano a los que ya tomaron una decisión. Tú, con los engaños y acertijos que ocultas en tus muros, que te vuelves infinita. Tú, que nos bailas a ritmo de jazz con tu piel de porcelana, tú, Salamanca. Ciudad de todos y ciudad de nadie, tú, que lejos o cerca, estarás siempre en todas partes.
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