Grand battement, plié, passé y attitude

Después de un año entero librándome de la odiosa Educación Física llegué a la conclusión de que quizá el ejercicio no estaba tan de sobra. Aun contando con dos horas de sufrimiento a la semana, mi cuerpo no parecía estar por la labor: ni tonificaba ni adelgazaba (cosa que tampoco necesitaba), no ampliaba mis capacidades, seguía asfixiándome con tan solo un minuto a trote, y por si no fuera lo bastante horrible, sudaba. Todos mis compañeros adoraban esa asignatura, mientras yo prefería atarme una soga al cuello cada vez que me tocaba ponerme las deportivas. Un bicho raro y sedentario. No es que fuera vaga, sino que veía que torturar mi cuerpo durante horas no surgía ningún efecto. No notaba ningún cambio, por lo que lo veía inútil.

Dicen que más vale tarde que nunca, y que nunca es tarde si la dicha es buena. El caso es que a lo largo de todo este año de vacaciones antideportivas sí que he visto algo de cambio: carnes más fofas, agujetas sin apenas esfuerzo, me asfixiaba mucho antes... También dicen que año nuevo, vida nueva. Eso me llevó a pensar que quizá si que necesitaba tomarme en serio el hacer algo de ejercicio, que además me distraería de las clases y me apartaría de la pantalla del ordenador al menos un rato.

Es cierto que nunca he sido muy amiga de los gimnasios. Pagas todo el mes, te dan mil cosas para poder hacer, ninguna te llena y acabas sin ir a pesar de tenerlo frente al portal de tu casa. Yo quería algo distinto, no sabía el qué, pero no estaba dispuesta a volver a un gimnasio, esta vez no caería en la trampa.

Un día al salir de clase se nos acercó una chica que repartía folletos. Al vivir en una ciudad turística estoy más que acostumbrada a cogerlos, guardarlos en el bolsillo y tirarlos al llegar a casa; si ese día me siento amable como para siquiera cogerlo. La chica insistió, hablándonos de su trabajo: una escuela de baile y artes escénicas. En seguida mi moral se hundió, apenas unos milímetros, pero deseé no haberme sentido amable esa mañana. Bailar, algo que siempre había querido hacer pero nunca me había atrevido. Algo para lo que, completamente segura, era demasiado mayor. Sí, yo, con dieciocho años, mayor.

El caso es que me entró la curiosidad y miré la página web. Todo parecía tan idílico... Todo tipo de disciplinas en danza, teatro, instrumentos, profesores profesionales, un edificio entero para la escuela, salón de actos. Un sueño. "¿Dónde vas tú, criatura? Una escuela de baile..."

Entonces lo vi. Danza clásica... (Cuántas veces había deseado yo que mis padres me apuntasen desde pequeña a esas cosas) ...para adultos. Espera, ¿¡qué!? ¿Para adultos? ¿Danza clásica para gente sin un centímetro de flexibilidad, patosa y atrofiada? Creo que esa soy yo.

La escuela además se encontraba en jornada de puertas abiertas, por lo que me lancé de cabeza a enviarles un mensaje preguntándoles si podía probar una de sus clases. Tuve respuesta en menos de un cuarto de hora, así que todo parecía empujarme a ello. Ese mismo día estaba corriendo a la tienda más cercana para comprarme los leggings que no tenía desde hacía años, porque en unas horas tendría mi primera clase oficial de ballet.

Llegué a la escuela una hora antes.





He de decir que no fue tan perfecto como imaginaba. Me perdía una y otra vez, no entendía las terminologías, me notaba rígida, y mientras mis compañeros ya sabían seguir perfectamente la clase, yo miraba una y otra vez el reloj. Sin embargo, a pesar de sentirme más torpe de lo que esperaba, no fue ninguna decepción. Hacía años y años que soñaba con saber cómo era hacer ballet, con la enorme lástima de ser demasiado mayor para entrar en ese mundo, y por fin había probado una verdadera clase. 

Hoy día, dos meses y medio más tarde (lo que significa un gran mérito para mí), sigo yendo a clase de danza clásica. Y no solo he conseguido de retomar algo de ejercicio, sino que me he enamorado perdidamente de esta disciplina. Sí, yo, con dieciocho años, mayor. He descubierto que no es tan simple como parece desde fuera, que la vida sacrificada de las bailarinas de la que tanto se habla es cierta, que requiere no solo gran capacidad de coordinación, sino grán capacidad musical, el imprescindible amor por el arte.

Hoy día, tengo dos horas a la semana, como en la era de Educación Física, y practico el doble de ellas, intentando superarme cada día. Soy capaz de andar largas distancias sin cansancio, las agujetas ya no existen, he mejorado mi postura y ya percibo rasgos de esa tonificación que yo esperaba. Me siento más alegre, más realizada, más motivada. Ya no soy la patosa de la clase, conozco las terminologías e incluso no me hace falta mirar a los demás para no perderme en las coreografías.

Sí, querer es poder. No importa si piensas que tu flexibilidad está perdida, puedes trabajarla. No importa si no has bailado en tu vida, tiene que haber una primera vez. Más vale tarde que nunca, y no es solo por que lo digan. Constancia. Decisión y constancia, es lo único que se necesita para poder llegar a cualquier parte. 



A mí aún me queda gran camino por recorrer, o por bailar, según se mire, pero sigo conformándome con un simple demi pointe durante mucho más tiempo. Y es que no tengo prisa, quiero ir poco a poco, paso a paso, piqué a piqué. Me gusta lo que hago, tanto que cuando no tengo clase me paso las horas echándolo de menos. No puedo arrepentirme de haber empezado tan tarde con algo que me hace sentir tan bien, tan completa, ni siquiera me importa no haber empezado antes, ya no.

Tutankhamun; un drama en pleno desierto





Como sabréis, el estilo vintage va mucho más allá de la ropa. Hace bastante tiempo que me obsesionan las series y películas de época, mucho antes de empezar a vestir como si viviese en una de ellas. Ya os mencioné algunas en posts anteriores y he de decir que hace cosa de un mes caí de nuevo en una de mis favoritas: Gran Hotel. Tras acabarla por segunda vez pensé en empezar con su gemela británica, Downton Abbey, pero topé por casualidad con algo mucho mejor. Como estudiante de arte y obsesa por la egiptología desde que tengo uso de razón, fue amor a primera vista. Una miniserie de cuatro capítulos sobre el descubrimiento de la tumba de Tutankamón es sobre lo que vengo a hablaros.

La serie fue emitida hace poco tiempo en el canal inglés de ITV, por lo que la calidad de la que hablamos es sublime, sin hablar del vestuario (una de mis partes favoritas). Los capítulos son cortos pero sin relleno, que es personalmente lo que más odio de las series.
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Max Irons como Howard Carter
Cuenta todo el proceso de excavación y descubrimiento de la tumba del rey niño por parte de Howard Carter, sin dejar de lado los conflictos entre ingleses y egipcios o los problemas de subvención que sufre una y otra vez el arqueólogo, ni siquiera el romance basado en un simple rumor (que hace aún más interesante la trama), con Lady Evelyn, un amor imposible por el que nosotras las mujeres caeremos falsamente enamoradas del protagonista.
Un Howard Carter, en mi opinión, demasiado joven, ya que apenas aparenta unos treinta y pocos a lo largo de toda la serie, mientras que en la vida real en tiempos del descubrimiento, nuestro querido Carter rondaba casi los cincuenta. Un Carter de principios de siglo bastante cariñoso y con los sentimientos a flor de piel para tratarse de esa época y de un trabajo que está más que claro que era cosa de hombres, y sobre todo demasiado pálido para currar todo el día bajo el sol del desierto.
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Sam Neill como Lord Carnarvon
Quejas aparte; Max Irons (quien da vida al arqueólogo) resulta ser un buen actor y, razón lógica por la que es apto para el papel, acaba siendo bastante agradable a la vista incluso con bigote postizo. Dudo que su historia de amor nos hubiese cautivado de haber sido un cincuentón con una chica que acababa de pasar su adolescencia; los productores no son tan estúpidos. Además también cuenta con Sam Neill (protagonista de Jurassic Park) como compañero de reparto, sin duda un clásico para los de mi generación.
A pesar de que no puedo decir lo mucho que me ha gustado y lo corta que se me ha hecho, he de admitir que, por muy bien que parezca estar elaborada, no deja de ser una serie histórica para aquellos que no les gusta la historia, ya que no profundiza mucho en ella, teniendo en cuenta que hablamos de cuatro capítulos. Sin embargo es una historia completa que puede cambiar el punto de vista de los que no estén muy dentro del tema arqueológico. Una corta historia llena de pasión en todos los sentidos, traición, frustración, mentiras, y de un hombre que persiguió sus sueños durante más de diez años.

El código del escorpión

Últimamente he cogido la buena costumbre de traerme el periódico de la universidad cada semana a casa, para así poder echarle un vistazo antes de comer. Una sección a la que no le quito ojo es la del calendario de eventos. Tal es mi suerte que justo ayer vi un anuncio sobre la presentación del último libro de Arturo Pérez-Reverte, Falcó.

Miré la fecha un buen número de veces para saber que no se trataba de un error visual mío. Lunes, 21 de Noviembre. Podía haber cogido el periódico cualquier otro día, sin embargo, lo hice el lunes. 

Puede que para muchos suponga ignorancia, pero yo tuve la suerte de ir completamente en blanco. No había leído nada de su obra, más que algunos artículos sueltos de los que, con toda sinceridad, no recuerdo apenas nada. Ni siquiera me había molestado en leer las críticas. Solo sabía que se trataba de un individuo muy relevante tanto en la literatura como en la lengua española, que en clase habíamos hablado de él, que mucha gente lo admiraba, y que mucha otra lo odiaba. Sabía que me hacía ilusión por el hecho de lo desconocido: me sabía su nombre, pero no su historia. Era la oportunidad perfecta para juzgar por mí misma y de primera mano, a aquel personaje del que tanto hablaban, del que tanto discutían.

Además, nunca había ido a un encuentro literario, y si no te echas encima de las nuevas experiencias la universidad sería un fracaso. ¿Qué mejor manera de empezar a hacerlo?

Salí de clase cargada de mis apuntes hacia el Teatro Liceo. 19:00. La cola ya era inmensa y di gracias por que no lloviera. Media hora después ya estábamos dentro, y yo, sin esperar menos, en primera fila (una de las ventajas de ir a los sitios sola). 




La espera se hizo larga e impaciente, pero tras otros treinta minutos uno de los chicos del staff salió a dejar una cerveza en la mesa del centro del escenario; tras ella por fin salían Pérez-Reverte y Luis García, su entrevistador durante la noche.

Lo cierto es que la velada se hizo familiar y acogedora. Fue como si dos amigos se sentaran en un bar apartados de la gente, en un rincón oscuro, a charlar tanto de literatura como de la vida, la muerte, la guerra...

He de decir que Arturo me pareció un auténtico maestro de la retórica, con el lujo añadido de poder decir me importa un carajo lo que los demás piensen. Trató temas como el de España, un país lleno de etiquetas, en el que cerramos la puerta a posibles ambigüedades, y es que a medida que te vas acercando a miembros de cada bando notas como esas odiosas etiquetas se hacen más borrosas. ¿Cuál es el límite? ¿Dónde está la raya que nos separa?

También habló sobre los jóvenes que aspiran a ser grandes escritores (quizá la parte que más valoré al ser mi caso), aconsejándoles vivir la vida antes de intentar contarla, sin dejar de leer y más leer, y por supuesto, cito textualmente: jugando al baloncesto con la papelera, el deporte favorito del escritor. Y es que no debemos tener prisa por hacernos grandes de la noche a la mañana, debemos crecer e ir coleccionando emociones, experiencias, ideas, hasta que inesperadamente, por fin tengamos algo que contar. 

Además, mencionaron algo acerca de un código, el código del escorpión, que consta de tres pasos: observar el entorno, picar rápido y largarse mucho más rápido. Un consejo de lo más útil para los escritores si sabemos interpretarlo: prepara lo que quieres escribir, atrapa rápido al lector y avanza de forma ágil con la trama.

Al contar sus experiencias como reportero de guerra y adentrar su nueva novela en un escenario similar, dijo algo que todo el mundo, en especial los historiadores, deberíamos tener muy en cuenta a la hora de juzgar los hechos e ideas de otra época: hay que mirar cada cosa con los ojos que le pertenecen. No podemos mirar atrás y esperar entender lo que ocurrió, cómo y por qué, si lo miramos con los ojos de hoy en día. Algo que quizá se nos olvida demasiado. Lo que ocurrió; el Imperio Romano, la Inquisición, el Renacimiento, la Revolución Francesa, la primera y segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil... todo aquello ocurrió entonces, no ahora.

Se metió, como él dice, en jardines demasiado grandes en los que no dejaba de decir verdades que a nosotros se nos atragantan, verdades casi prohibidas escupir. Y es por eso por lo que quizá todos se han echado las manos a la cabeza cuando se han atrevido a juzgarlo, porque no tiene tapujos, no anda con rodeos ni engaños, algo que siempre ha sido muy castigado por esta sociedad. 

Por supuesto, también hablaron de su nueva obra, el protagonista escondido de este encuentro. Falcó, una novela de espionaje ambientada en los años 30 y 40, con un protagonista al cual su creador define como un lobo



Como cabe esperar, su trama ya me atrapó al tratarse del ambiente de los años de las guerras, pues ya sabéis lo enamorada que estoy de su estética. Se trata de una mezcla de lo cutre que solemos atribuir a España, con los lujos del más puro estilo Hollywood, por lo que consiguió sin mucho esfuerzo comprarme. 

Una vez concluyó la entrevista, durante la cual tuvimos tiempo de echar unas risas gracias al carácter del autor, salimos directos a pedir, qué menos, un autógrafo. Yo caí en la inevitable tentación de comprar un ejemplar, con la ilusión de llevármelo firmado a casa. Y eso es algo que agradecer, Arturo, que para mí, viviendo la vida de universitaria, veinte euros saben a oro. Suerte que los libros siempre son buena excusa para los padres.

No pude irme sin anécdota que contar a mi familia y amigos, pues nada más abrir el libro y leer la primera frase, se me encendió una bombilla. La mujer que iba a morir... Recordé mis clases de lengua y literatura del año pasado y las lecturas que realizamos a lo largo del curso. Fue como si me lo estuviera diciendo el mismo libro: La voz dormida, de Dulce Chacón, una de mis autoras favoritas. Ambos comienzan de la misma manera tan peculiar, que sin duda alguna consigue atrapar al lector desde el principio.

Se lo tenía que decir. Se lo tenía que decir fuera como fuera. Necesitaba saber si se trataba de una mera coincidencia o un guiño a la obra de la escritora extremeña. Juro que estuve ensayando lo que quería decirle durante toda la hora que permanecí en la cola. Hasta que me tocaba a mí. No me he sentido más nerviosa en mi vida. Ahí estaba, delante de uno de los escritores más destacados del país y quizá del mundo. Yo, una mera aficionada a la lectura. 



Mi descubrimiento acabó siendo una simple pero extraordinaria coincidencia, con la que espero no haberle importunado. Sin embargo resultó una tertulia de lo más interesante y cautivadora, en la que hasta incluyó recomendaciones de alunas películas como Esta noche o nunca, y en la que admitió lo bien que lo había pasado escribiendo a este personaje, por lo que no acabará en esta primera novela. Pero sobre todo, fue una enorme y perfecta oportunidad para juzgar por mi misma a aquel hombre tan polémico. Un hombre sin duda, honorable.





Vintage: las 6 W.

Hace cosa de un año comencé a cambiar mi estilo a un ritmo vertiginoso. Pasé de los pantalones negros rasgados a las faldas de vuelo, de las camisetas anchas de bandas de rock a las blusas de color caqui, y de mis míticas deportivas Converse a los estilo Merceditas. Y es que supongo que en los últimos dos años he tomado algunas de mis mejores decisiones, una de ellas hacerme vegetariana (de lo cual hace tiempo que llevo rondando la idea de hacer un post) y la otra vestir siendo yo misma.
Desde la primera vez que lucí una falda de segunda mano en el instituto la gente no ha parado de preguntarme de dónde saco esa ropa, por qué me la pongo, qué marcas utilizo... Así que por eso me he animado a escribir una entrada con toda la información que yo, como novata en el mundo de las eras vintage, conozco. 

Ahí van las 6 W de la moda vintage,


1. ¿Dónde?

De dónde saco cada una de mis prendas es quizá lo que más me preguntan, sobre todo en el día a día.

El abanico de posibilidades es extremadamente amplio. Yo suelo buscar de vez en cuando en tiendas físicas, en especial en las de segunda mano que se dedican en exclusiva a este mercado. En mi ciudad hay un par que suelen renovar sus productos con bastante frecuencia, así que mi consejo es que eches un vistazo por las tiendas locales antes de lanzarte al internet, porque son todo ventajas. El trato es cara a cara, muy personal y si sueles frecuentar la tienda acaba siendo hasta amistoso; puedes palpar tú mismo el material y probar cómo te queda, sin riesgo a equivocarte de talla; y la compra es evidentemente, directa: de la tienda a casa.

Si no tienes tiendas vintage locales puedes aprovechar tus viajes de verano al extranjero, pasar un fin de semana en la capital (ya sabéis lo que adoro Malasaña) o como he dicho antes: atreveros con las compras online.

Mi sitio favorito en todo internet para comprar prendas de época es sin duda Etsy. Las razones son varias, ya que además de tratarse de vendedores personales e individuales la mayoría de las veces, hay un enorme intervalo de precios y de variedad de productos, puedes conseguir cupones descuento, los pedidos no suelen tardar mucho en llegar y además tiene una sección únicamente para productos vintage. El inconveniente más molesto es el gasto en los portes de envío.

Otras páginas generales en las que puede que encuentres algún chollo son Amazon e eBay

Entre las páginas oficiales (que son infinitas y suelen ser extranjeras) podría recomendar Collectif, de origen inglés, Pinup Girl Clothing, Doll Me Up o  Lindy Bop, de estilo más pinup. Los inconvenientes de las páginas oficiales online son los precios, que suelen ser bastante elevados si lo que buscas son gangas, que los productos son esencialmente retro, no vintage, y por supuesto el tema del tallaje, que acaba siendo un lío.

Instagram es otro de los medios que hoy en día se está convirtiendo en un buen mercado para lo vintage. Cada vez más y más fanáticas de esta moda cuelgan prendas que ya no van a utilizar con el objetivo de ganarse algún dinerillo rápido, solo tendrás que crearte una cuenta PayPal (ya que es el medio de pago que casi todos los vendedores piden) y probar suerte. Prueba buscando el hashtag #truevintageforsale.

Yo personalmente me limito a las tiendas locales y a Etsy, tanto por la economía como por los productos.

Ahora bien, el truco está en buscar, tanto en tienda física como en internet. Buscar, buscar y rebuscar. A veces toma horas y horas de decepción, hasta que un día te topas con un producto que realmente te gusta. El armario no se cambia de la noche a la mañana, requiere incluso años y años coleccionando viejos tesoros hasta que tu estilo se define completamente. Verás que los precios varían muchísimo, y siempre acabas encontrando algo. Paciencia.


2. ¿Cómo?

¿Cómo aprender a combinar tus prendas?

Creo que hoy en día en el mundo de la moda todo es válido, así que limitarse a un estilo o a una década es totalmente erróneo. En mi caso, a pesar de tener un estilo claramente vintage, hay días que me levanto con las ganas de usar vaqueros o salir de copas con algo más moderno y arreglado. Por eso nadie debería quedarse estancado en un solo estilo, al no ser que seas forofo de una era y puedas permitirte el lujo de que tu armario sea como viajar en el tiempo a un momento preciso. Esa no es mi suerte ni mi gusto.

Combinar la ropa vintage es de lo más divertido. Puedes darle rienda suelta a tu imaginación y satisfacer tu propio instinto, inspirarte en fotos antiguas o incluso en personas que ya llevan su tiempo en este mundillo. 

Yo siempre suelo coger ideas de entre películas, series, revistas y fotos de actrices como Audrey Hepburn, que tiene quizá un estilo más casual a pesar de tirar para los años 60. La mejor manera es adentrarte en este mundo no solo en el ámbito de la moda, sino en el cine. Las películas antiguas son los mejores ejemplos sin duda, aunque es verdad que las actrices de Hollywood lucían conjuntos mucho más sofisticados y elegantes, no muy apropiados para nuestro día a día. Por eso yo soy muy fan de las películas de época modernas, siendo mis favoritas sobre el periodo de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra.







Además, también hay un montón de series históricas de todas las épocas que te pueden servir, mi favorita por el vestuario (aunque tiene el mismo problema que Hollywood) es Velvet, de Antena 3. 


3. ¿Qué?

Hemos de tener en cuenta la diferencia entre lo vintage y lo retro. Mientras que lo primero proviene de épocas anteriores y son productos originales de esas décadas, lo retro son los productos que han sido confeccionados basándose en el estilo y la moda de aquellos años. 

Parece un detalle sin importancia, pero hay una enorme diferencia en cuanto a materiales, conservación, valor e incluso estilo. Sin embargo, a pesar de que yo prefiero mil veces las prendas originales, creo que puede ser interesante la mezcla de ambas, incluso la aportación de cosas contemporáneas como pueden ser los básicos del armario a fin de ahorrar algo de dinero. 

Tal y como he dicho antes, limitarse a vintage o a retro es algo estúpido. Puedes combinar de ambas, sabiendo que lo vintage puede encontrarse en peores condiciones y requerirá quizá un mayor cuidado, y que lo retro no tendrá siempre ese aspecto antiguo puesto que no se trata de una pieza original. Depende de cada uno.


4. ¿Cuánto?

Hablemos de dinero. Lamentablemente se trata de una moda algo cara para mi gusto. A pesar de haber un enorme intervalo de precios asequibles para todas las economías, la inmensa mayoría suele ser algo difícil de asimilar, de ahí mi consejo a que tengáis paciencia en rellenar el armario. Por suerte se trata de objetos únicos, no en serie (hablando de lo vintage), que es lo que los hace más caros la mayoría de veces, ya que sabrás que cada prenda es un tesoro.

Es cuestión de más paciencia a la hora de buscar y saber administrarse. Eso sí, también hay que saber cuando merecemos algún que otro caprichito. 

Por eso aconsejo en el primer apartado las tiendas físicas principalmente, porque suelen tener los precios más bajos. También puedes pasarte por rastros y outlets, ya que por internet acabarás gastándote más.


5. ¿Quién?

A la hora de tomar inspiración es recomendable seguir a los verdaderos maestros de este arte. Hay muchas chicas que llevan haciendo esto desde hace años y su estilo está ya bastante consolidado, yo sigo a varias tanto en Instagram (Lilly Jarlson, Esther Maria, Annelies van Overbeek, y mis favoritas Rachel Maksy e Ida Cathrine) como en YouTube (The Pinup Companion que es Rachel y Lilly Jarlson de nuevo, quien aporta bastantes tutoriales), aunque en esta red suelen haber menos.


6. ¿Por qué?

La moda, la ropa que vestimos cada día, es la imagen que damos a los de nuestro alrededor, pero más que eso es una manera de sentirnos a gusto con nosotros mismos, una manera de expresarnos. Por eso cada uno hemos de definir nuestro estilo personal.

En mi caso el porqué es bastante complejo. La moda vintage me parece única, original, me hace sentir totalmente femenina, me siento identificada con el estilo y a pesar de no haber vivido esos años siento como que hay un hilito que tira desde cualquier cosa que tenga que ver con esas décadas hasta mi corazón, lo cual suena bastante cursi pero no deja de ser cierto. No es solo una cuestión de moda, sino de literatura, de historia, de música, de la manera de ver ciertas cosas. 

Por eso os animo a que vistáis como queráis y que os atreváis con todo, porque lleves lo que lleves puesto la gente siempre murmurará algo, ya sea bueno o malo. Os animo a que dejéis de lado las modas, que seáis vosotros mismos, porque como Coco Chanel decía, la moda se desvanece, solo el estilo sigue siendo el mismo. 

Ya sabéis que cualquier duda podéis contactar conmigo o dejar un comentario.


"La alegría de vestir es un arte." —John Galliano

Se me hace raro.

Se me hace raro no escuchar la escandalosa sinfonía de secador, con escalera arriba, escalera abajo, desayunar todas las mañanas, sola y en silencio. Que el único ruido que escuche sea el de las tostadas saltando del tostador. Que la única voz que me diga buenos días tenga acento americano. Se me hace raro.

Se me hace raro que acostumbre a estirar las piernas desde por la mañana, prescindir de esos quince minutos en el coche con la calefacción puesta. Que las manos se me hielen y que tenga que andar mirando por la ventana por si hoy debería coger el paraguas. Se me hace raro entrar en una clase en la que caben casi cien personas. Se me hace raro que no sepa a quién me voy a encontrar justo antes de pasar la puerta, no saber con qué pie se ha levantado cada uno por la cara que lleva puesta. Que de tantos nombres ninguno coincida con los que ya conocía.

Se me hace raro que la responsabilidad sea mía, que yo sea el cómo, cuándo y dónde, que yo decida. Que se me trate como alguien acostumbrado a decidir. Llegar a casa y que la mesa ya esté puesta, que ya no exista ese ratito de brasero de antes de comer, que de vez en cuando el sonido de los cubiertos multipliquen a las palabras. Se me hace raro que no seamos tres. Ahora nosotros también nos hemos multiplicado, y se me hace raro.

Se me hace raro la agenda y ni que decir el horario. Volver a estar tan ocupada: que si prácticas, que si seminario, que si apuntes y trabajos. Supongo que es cuestión de acostumbrarse.

Se me hace raro tener que mirar el mapa antes de salir, encontrarme ambos baños ocupados, las vistas del balcón. Se me hace raro tener balcón. O más bien todo: la compañía, cuando no tengo, la palabra grado, las horas frente al Skype y el café. Se me hace raro que haya empezado a tomar café justo ahora. Justo cuando mi casa ha pasado a ser la casa de mis padres. Justo cuando no hago más que mirar precios de autobuses. Justo cuando hasta un café me sabe caro. Y es eso lo que hace que todo se me haga raro.

Porque todos esperan que así sea como me sienta. Porque estoy lejos, porque este no es mi hogar. Sin embargo siento que soy de aquí desde antes de venir. Que el frío me esperaba sabiendo que yo no le haría asco, y eso es algo que nadie sabe. Que unto las tostadas con golpes de cadera, que nunca sé con quién voy a coincidir en el desayuno, que las vistas de camino a la universidad me quitan el aliento todas las mañanas y que si las clases duran dos horas a veces quiero cuatro. Eso nadie lo sabe. Lo que es llegar a casa cada día y que ya te estén esperando para comer, que el almuerzo se convierta en mi hora favorita y que rara vez no nos ahogue la risa. Que a veces se sienta como si fuera una familia nadie lo sabe.

Y es que aquí la biología, la física y la química también son artes, y cuando la clase ha terminado te avisan las campanas, que siempre hay donde ir y para eso no necesitas un Madrid o un Barcelona. Nadie sabe lo que es hacer turismo a medianoche, ver como se encienden las farolas de la Plaza Mayor, aparecer por uno de sus arcos y sentirte minúscula después de un tequila o ir de camino a casa y toparte con un concierto al aire libre. Que la máquina del café siempre te devuelva dinero de más. No tienen ni idea de que aquí hay silencio y ruido si sabes lo que quieres y dónde buscar, de que aquí hay mundo, que aquí están mi futuro y mis sueños. Que aquí estoy yo.

Que me encanta mirar como caen las gotas sobre mi paraguas, no saber a quién conocerás mañana, haber llegado a un tramo en el que ya no hay edades porque todos estamos aquí por lo mismo. Que me encanta la catedral cuando ya apagan las luces, que aún se vean las estrellas y que siempre haya música de fondo. 

Que me encanta volver, siempre volver. Nadie sabe lo que es entrar de nuevo en casa y que todo sean abrazos. Aprender a aprovechar el tiempo, que un sábado nos dé para todo y aun así quedarse corto. Supongo que por eso no deja de ser cierto.

Se me sigue haciendo raro.


Me encantas

Me encantas.
Me encanta que tu piel me recuerde al café que mi madre toma cada mañana y que siempre parezcas oler de la misma forma. Cuando la vista se te nubla por haber bebido demasiado y no paras de guiñar un ojo, normalmente el izquierdo. Que me des besos en la frente como si no fueras consciente de ello y sin deberme nada. Que siempre lo hagas todo tan lento, como si tuvieras miedo de que todo acabara demasiado pronto. Y es que siempre dices que los momentos felices duran menos que un respiro. Quizá es por eso que estés siempre tan triste, porque lo piensas todo demasiado.
Me encanta que tus ronquidos sean los únicos que me hagan conciliar el sueño. Que de la nada comiences a contarme cosas de allí de dónde vienes, y que desde que te conozco duerma menos.
Me encanta que de un pequeño detalle sepas hacer un mundo, y que seas capaz de dormir pegado a mí sin importar el calor. Tus besos en la espalda, cuello, palma de la mano, dedo a dedo, y todo rincón que encuentres al momento. Que me des escalofríos, y que sienta que podría quedarme así durante siglos.
Me encanta que me vuelva loca tu sonrisa torcida, que si cabe decir es mi cosa favorita. Que no me ponga de los nervios que nunca te despidas, y que sepas y aun así odies tocar el piano.
Puede que suene hasta patético, pero es que me encantas hasta cuando llevas alcohol de más y fumas a escondidas porque sabes que lo odio y hasta tú me lo tienes prohibido. Cuando no paras de dejar caer tu cabeza sobre mi hombro y haces que parezca que soy yo la que sabe lo que hace.
Me encanta que siempre o casi siempre me hables de camino a casa, que te dé por leer carteles y hacer ruidos raros. Y es que no sabes que si pudiera guardar todas esas notas de voz las metería en un cajón para cuando me sintiera sola. Porque no hay dolor más dulce que el sonido de tu voz. Y eso que me prometí no ir de moñas nunca más.
Me encanta que no me dejes irme a dormir hasta que no sea hora punta y que odies tanto que me hagan llorar. Todas y cada una de las veces que me llamas idiota con una sonrisa y en un susurro, y que sea capaz de escribir este cúmulo de cosas de carrerilla, como si lo hubiera memorizado incluso antes de conocerte.
Adoro cuando cambias las notas a mejor mientras cantas, y que cantes tan bajo que lo hagas parecer un agradable silencio. Que me des los buenos días a medianoche, que confundas de vez en cuando la c con la s, y que hagas lo que hagas siempre me quedes con ganas de más.
Adoro tus actos aleatorios de bondad que van en contra de todas las ideas que tienes sobre este injusto mundo. Incluso tus vicios, manías y malas costumbres, como la de escribir todo a bolígrafo rojo o la de ser incapaz de dejar una canción entera. Tus historias improvisadas sobre piratas y vagabundos ingleses, y que seas de las pocas personas que saben de la existencia del maldito guion de diálogo. Que a pesar de que muchas veces sé exactamente lo que vas a decir seas jodidamente impredecible.
Me encanta que si no puedo dormir de madrugada sé que estás a tan solo un mensaje. Que seas capaz de hasta prepararme un baño si ves que ese día me siento un completo desastre. Que admitas que te gustan las películas ñoñas y que Titanic te hizo llorar. Que tengas un extraño fetiche con mis manos y que en cuanto dejo de sonreír por un solo segundo te falta tiempo para preguntar si algo va mal. Que estés tan loco como para caminar ocho putos kilómetros, de ida y otros de vuelta, porque no puedes esperarte al lunes.
Quizá es ahí cuando me di cuenta. Que me encantas, tú y todo lo que eres y no eres y te queda por ser.
Y es que tú me has quitado los miedos y prejuicios. Los “yo ya no creo en los para siempre”, que ya no me da miedo decir que sueño con ello. Los “no quiero ir demasiado rápido”. Esa estúpida manía de no confiar en esos arrebatos de alegría que te da el amor.
Hoy solo espero que sigas quitándomelo todo, en todos los sentidos, durante mucho más tiempo, to el rato, ya.


Remember Madrid

Si consigues olvidarte un poco del calor, Madrid es otra completamente distinta en agosto. Un Madrid más tranquilo y más asequible tanto para la vista como para el bolsillo, una ciudad que se queda vacía para poder disfrutarla sin esos agobios de las aglomeraciones de gente por todas partes. Y como para mí vacaciones es antónimo de hamaca y sombrilla, Madrid me ha venido como un guante. Y es que no me canso de decirlo, que Madrid es género literario. 

Cuatro días quizá saben a poco para los que nos gusta patear hasta que la suela se desgaste, pero lo bueno de eso es que por muchas veces que vayas siempre queda una excusa para volver.









Lo primero que hicimos es parar en el centro comercial Xanadú por mera curiosidad, y es casi imposible no flipar con la pista de esquí, aunque nada mejor que la nieve al aire libre. Después tiramos rumbo a Madrid centro, y una vez nos instalamos en el hotel (a menos de un tiro de piedra de la Puerta del Sol) fuimos a nuestra primera parada obligatoria cada vez que viajamos a la capital aunque sea solo para coger un avión: el Mercado de San Miguel. Y es que si te apetece darte un capricho al paladar al estilo cerveza y tapas, dudo que haya un sitio mejor. Las croquetas de boletus cien por cien recomendadas. Y de postre algo sano, fruta fresca.

Tras una breve parada por Casa Rua en busca de ese famoso bocadillo de calamares para quien seguía con apetito y un pequeño paseo por la Plaza Mayor, fuimos de cabeza al hotel a por la imperdonable siesta española.






Tras más cervezas y una vez ya escondido el sol, decidimos darnos otro gustazo gastronómico, que es lo que más nos mueve, e hicimos parada en el restaurante Yakitoro, de nuestro querido Alberto Chicote. Yo, sin una mínima queja sobre mi dieta, pedí calabacín asado con salsa de naranja, miso y aceite de hierbas, un taboulé y otra de arroz especiado asado al carbón en hoja de banano. Cada cual mejor que la anterior. Las tapas son algo pequeñas, pero bastante económicas para lo que me esperaba, y los sabores merecen del todo la pena. 





El segundo día lo empezamos con una dosis de cultura, dando un tour gratuito por el centro por cortesía de la compañía Civitatis (viva el mundo de las letras). A veces resulta triste que sepamos más historia de otras ciudades que de nuestra propia capital, y es que, entre muchas de las cosas que aprendimos, a lo que llamábamos oso es una osa, representando a la constelación del carro. Como dice mi abuela, no te acostarás sin saber una cosa más.





Después de eso dimos un paseo hasta uno de mis barrios favoritos, Malasaña, donde tocaba mi parte más ansiada, un recorrido por todas las tiendas vintage y retro, sobre todo por la calle Velarde, en las que puedes encontrar piezas desde los años 90 hasta verdaderas joyas de los 40, si sabes rebuscar bien.




Aunque lo pasé algo mal por un incordio de dolor de barriga, terminamos de la mejor forma: cenando en un Subway, mi restaurante de comida rápida favorito. 

El siguiente día lo abrí con un delicioso frappé, tan delicioso como caro.





Este fue sin duda el mejor día de todos, porque lo pasé rodeada de auriculares con música clásica, el mejor acompañante para una sobredosis de cuadros. Antes de que abrieran las puertas, yo ya estaba en la cola del Museo del Prado, descargándome una buena audioguía de la que acabé aburriéndome y mordiéndome las uñas, deseando entrar. Tan solo la cascara del edificio es puro arte, construido en la época de Carlos III, y pura historia, quedando en ruinas tras la guerra de la Independencia.

La entrada me salió gratuita, y es que de todo en esta vida se pueden sacar ventajas. El único punto en contra es que no dejasen hacer fotos, aunque yo no supe portarme del todo bien cuando no miraban.





El fusilamiento de Torrijos, Las Meninas de Velázquez, Las edades y la muerte de Grien y Los fusilamientos de Goya se encuentran entre mis favoritos, pero ¿el mejor de todos? Sin duda estaba en la exposición temporal del Bosco: El jardín de las delicias. Y es que es inevitable dejarse llevar por el mar de figuras y demonios que inundan todo el lienzo, sus colores, la imaginación, el caos, la inquietud que refleja y a pesar de ello la armonía, todo fusionado en el Edén, un falso paraíso lleno de pecado y el mismísimo Infierno.






Una vez me decidí a salir del museo, ya con la mente al borde del colapso, me atreví a hacer algo de turismo por mi cuenta a lo largo del Paseo del Prado, Cibeles, y la calle de Alcalá, hasta Sol. Disfrutando del buen tiempo, alguna que otra compra, las buenas vistas y la buena música de mi lista de reproducción de Sinatra.





Después de llegar a Sol, no pude evitar pasarme por Lush Cosmetics, mi tienda favorita sin lugar a dudas. Tanto el trato personalizado como la ética que siguen con sus productos hacen de la tienda un puro paraíso de olores frescos y gente encantadora.

El resto del día lo pasamos descansando y refugiándonos del calor hasta la hora de la cena, que tocó en un LemonGrass, una franquicia de pasta y arroz asiático que no tiene nada que envidiarle a un restaurante en toda regla.

El cuarto día hicimos una visita al Palacio Real, el cual puede que impresione más por su fachada y patio frontal que por su interior recargado al más puro estilo rococó, exceptuando la sala del trono y la del comedor (que si tienes algo de imaginación y paciencia para pararte merece la pena visualizar esas fiestas de gala y protocolo).





También hicimos una breve parada en la Catedral de la Almudena, con un maravilloso estilo neogótico en el interior y neoclásico en el exterior, y tras varias cervezas que nos refrescaran la garganta no nos quedó más remedio que refugiarnos de nuevo de los rayos del sol hasta por la tarde.

Cambiando mi vestido por uno más al estilo Sandy Olsson (del todo adecuado para el barrio al que íbamos) salimos del hotel y volvimos a pasarnos, esta vez todos juntos, por Lush, ya que se me da bien vender sus productos hasta a mí. Esta vez nos dejaron ver el Spa que tienen en el local, y puedo decir que es la cosa más maravillosa del mundo, lo cual no me sorprendía, viniendo de esta compañía. La decoración te hacía sentir que estabas en una pequeña casita de campo del sur de Inglaterra, llena de muebles rústicos, paredes de papel pintado, libros antiguos, colores verdes y marrones, dibujos de aves, frutas y flores recién cortadas... Desde luego, algo que todo el mundo debería probar una vez en la vida, así que ya me veo ahorrando. Solo la amabilidad de sus trabajadores hace que salgas de la tienda con un toque más de alegría.

El viaje lo cerramos visitando el barrio más vivo de todo Madrid, La Latina, que, encontrándose en época de verbenas, rebosaba de gente, música y buen ambiente. Allí bebimos, por supuesto, más cerveza artesana, tinto de verano, y comimos las típicas papas bravas y pimientos del padrón, con los que echamos fuego por la boca. Además, me fui con otra pequeña adquisición para el armario de una de mis tiendas must del barrio: Remember Madrid.






Aquí os dejo además el vídeo blog que grabé.

Admito mi victoria

Hace mil años y otras mil exageraciones que no escribo. Así, sin pensar en los signos de puntuación mal puestos, pasando los dedos por el teclado a toda prisa con el miedo de que se me olvide alguna palabra y vuelva a pasarme lo que más temo: quedarme en blanco. 

Hace tiempo leí una frase, de estas que te tatuarías justo en el mismo sitio que todas las demás que consiguen darte un pellizco ahí, entre costilla y costilla. Es gracioso lo inspirados que estamos cuando nuestros corazones están rotos. Y yo, fan de las discrepancias, pienso que es la mayor mentira del mundo. Y es que es aún más gracioso lo inspirados que estamos sin darnos cuenta cuando somos felices. Quizá no de la misma forma, quizá no tan evidente, pero lo que sí tengo claro es que felicidad e inspiración no son enemigas del todo íntimas. 

Y es que a lo mejor a medida que se va pegando cachito a cachito perdemos la capacidad de entender qué es lo que nos pasa. A veces rozamos ese botón que no sabemos dónde está y cambiamos la desazón por ese sentimiento que todo lo mueve. Ese sentimiento que nos inspira, a ciegas, más que nunca. Que nos inspira a cantar por todo lo alto, a sonreírle a desconocidos por la calle, a saltar de nuevo en la cama, a reconocer que el sol brilla más que nunca, a admitir de verdad que no esperas nada a cambio, a bailar en la ducha sin miedo a un resbalón. Eso que te inspira incluso a ser más feliz todavía, a no dejar que nada se te ponga de por medio, a comerte el mundo y media Vía Láctea, a seguir sonriendo incluso cuando se te jode el calentador a las ocho de la mañana, y mira, si eso no es estar inspirado yo pongo punto y final. 

Ese sentimiento que incluso te inspira a seguir escribiendo, bobadas, frases sueltas que parecen surrealistas, metáforas incomprensibles que no encajan en ninguna poesía, poemas de verso libre que acaban siendo prosa poética, y prosa que te queda colocado de tanta cursilada.

Lo malo es que en este mundo solo está bien visto admitir tus derrotas. Escribir sobre lo mal que te va y lo injusta que es la vida porque mal de muchos consuelo de tontos, y porque es más fácil admitir que nada es como te gustaría y sentarte a ver como eso pasa que levantarte y cambiarlo aunque sea a base de hostias, porque por si no te has dado cuenta, es inevitable. En cambio escribir sobre lo alto que está tu termómetro de la alegría lo convierte en postureo, en maneras de admitir lo tonto que estás porque hasta ducharte con agua fría te parece bonito. Y es que aún no se ha registrado ninguna muerte por exceso de mariposas en el estómago, así que ya va siendo hora de admitir sentimientos que no hacen daño a nadie, de más darnos la mano en vez de darnos por vencidos, de más te quieros y menos y sis. Ya va siendo hora de admitir nuestras victorias.

Benditas tradiciones


Si hoy escribo para vosotros es para decir única y exclusivamente dos palabras: benditas tradiciones.
Si una pizca de cortesía me quedara, le daría al intro y a guardar y publicar, porque he prometido decir única y exclusivamente dos palabras. Benditas tradiciones. Y así he hecho.
Benditas tradiciones. Benditas tradiciones que hoy día nos hacen ser quienes somos, que nos aportan la base de cultura indispensable para cada ciudadano, que muestran el encanto de nuestra bendita nación. Benditas tradiciones y malditos bastardos aquellos que nos las quitan de las manos, que luchan por prohibirlas, por aquello a lo que llaman progreso, y las califican de barbarie. Aunque agradezcámosles, por ejemplo, la desaparición de aquellas luchas de gladiadores por las que ahora cobramos impuestos a la entrada de cada una de esas plazas donde la muerte era un simple antojo, donde a mayor cantidad de sangre, mayor espectáculo.
No se preocupen, amigos míos. Pues no es el caso de los toros. Los toros son arte y tradición, bendita tradición.
El simple hecho de llamarse tradición la condena al indulto de por vida, así que respiren tranquilos, pues al igual que nuestra querida tradición no corre dicho peligro de extinción, tampoco lo corre esa inútil especie llamada toro de lidia. Por lo que gritemos y alcemos nuestros pañuelos al aire con un eufórico ole, olvidémonos de la educación de nuestros hijos y del desempleo de nuestros padres y agradezcámosle a todos esos crímenes bajo encaje de colores —quiero decir, héroes— por mantener al país en pie, ejemplo de naciones. Bendita tradición y benditos héroes.
¿Cómo no se les ha ocurrido antes a todos esos ignorantes de grinpis? ¿Cómo no se han dado cuenta de que la mejor manera de preservar una especie es martirizándola hasta la muerte en un circo del que no puede escapar? Mostremos esa valentía que tiene el ser humano, siempre enfrentándose con alguien en iguales condiciones. Hagamos héroes. Benditos héroes y bendita tradición. Aplaudamos mientras sostienen su trofeo e indignémonos cuando el vecino abandone a su perro durante las vacaciones, porque estamos en contra del maltrato animal. Y que no nos llamen hipócritas al gritar en la plaza que vivan los toros, pues los toros son arte. Arte y tradición. Bendita tradición. Bendita crueldad intencionada.
Hagamos que aprendan a respetar las tradiciones, mas no la vida. Torturemos, enseñémosles la violencia a nuestros hijos y pidámosles que nunca peguen a una mujer. Dejemos el progreso a un lado y afferémonos a la humillación de un ser inocente que no tiene voz para su propia defensa. Pongámosles colores a las banderillas y adornemos las guillotinas.
Benditas tradiciones.
Esta vez juro decir tan solo tres palabras y cumplir mi promesa: vivan los toros. Vivan.
Pero en el campo.

Tiempo para nada.


Nos pasamos la vida haciendo cosas que no nos gustan para poder hacer lo que realmente queremos algún día, sin siquiera tener la verdadera certeza de que ese día tiene fecha prescrita. Sin saber si es cierto que algún día las horas serán completamente nuestras y podremos dedicarlas a lo que nos hace sentir vivos sin recibir ningún tipo de remordimiento. Debería estar haciendo otra cosa, estoy perdiendo el tiempo, hay cosas más importantes que esto, esto es tan sólo un antojo mío, no merece la pena.

Nos encanta decir que la vida son dos días y que hay que aprovecharlos, pero es pura matemática. El día tiene veinticuatro horas, de las cuales un mínimo de ocho deberían emplearse para dormir. Aquel que tenga trabajo pasa mínimo seis horas desempeñándolo, y el que no, debería usarlas para buscarlo. La mitad de nosotros ni siquiera hacemos cinco comidas al día, y aun así perdemos horas en cocinar y comer o bien en ir a un restaurante y esperar a que te sirvan. Y aunque vayas a un puto McDonald's, si con cada comida pierdes al menos media hora, esto se convierte en más de hora y media perdida con la maldita boca llena.

Imaginando que eres rápido en el baño y que no te pilla ningún atasco en todo el santo día, enhorabuena, te quedan ocho horas. Si eres español, solo siete y media.

Ocho horas para hacer todo lo que no te haya dado tiempo en el trabajo. Ocho horas para más papeleo, para ir a la compra, para tirar la basura, para limpiar la casa. Ocho horas para jugar con tus hijos o para cambiar pañales. Ocho horas para ver una película, para escuchar música, para aprender idiomas o ir a clases de bailes. Ocho horas para charlar con tus padres, con tu pareja, para echar un maldito polvo. Ocho putas horas para relajarte en un baño de espuma, para dar un paseo, ni hablemos de ir al gimnasio. Ocho horas para hacer lo que te gusta, para escribir, para leer, para pintar, para tocarte los cojones.

Yo aun soy estudiante y apenas tengo obligaciones en el mundo adulto, pero como estudiante juro que el mundo se me cae cuando pienso en hacer tan solo la mitad de las cosas que he dicho. Y me jode, me jode mucho cuando me dicen si hay tiempo para todo, eres joven, hay que vivir. Porque aquí uno no tiene tiempo para todo. Uno tiene dos columnas, la de las obligaciones y la de los placeres, y uno elige entre ambas si quiere completar una sola, porque sino todo queda a medias. Por eso me jode, porque cuando se dice que uno no sabe cuando va a marcharse para el otro barrio y que hay que aprovechar el tiempo se hace a modo de palmadita en la espalda. Eh, tranqui, que todos estamos igual de jodidos. Y desgraciadamente, la culpa es nuestra.

Pasamos toooooda nuestra santa vida pensando en el futuro, ahorrando para un coche, la casa, la hipoteca. Estudiando para poder trabajar, trabajando para poder vivir, viviendo para poder trabajar. Y sin darnos cuenta, mandando a tomar por culo la columna de los placeres.

¿Qué son los clásicos?


¿Qué es un clásico? Un clásico es aquél que no pertenece a una época, sino a la eternidad, aquél que no pasa de moda, aquél del cual pronuncias su nombre y todo el mundo lo reconoce, aquél que siempre acabamos leyendo a la luz del flexo en mitad de la noche aunque sea por mera curiosidad. Pero para mí un clásico es, sobretodo, aquél que por mucho que pasen los años, décadas y siglos, sigue embaucando a todo tipo de público, sigue teniendo gran repercusión en la actualidad y no deja de enseñarnos siempre algo nuevo, un algo que se queda clavado en tu interior como una pequeña espinita. Cuando esa espinita se clava en el corazón de todos los lectores, acaba por formarse un enorme rosal, y ese rosal pasa a llamarse clásico.

Este año es el aniversario de la muerte de dos grandes escritores, clásicos por sí solos. Uno de ellos es mi querido Shakespeare, por el que, puede que por su lenguaje o por el simple hecho de ser todo un enigma, siento gran predilección. Nadie se atrevería a negar que cualquier obra del dramaturgo inglés es completamente un clásico en toda regla, sobre todo si aplicamos esa regla a una de ellas en concreto: Romeo y Julieta, el prototipo de amor trágico por excelencia, y la base de miles de novelas, canciones y películas a lo largo de toda la historia. ¿Cuántas historias se han basado en el amor prohibido de dos jóvenes a causa de su familia? Hemos decidido ir dando capas de azúcar al fatídico desenlace, pero por lo demás, el argumento sigue siendo el mismo.

Si buscas en internet adaptaciones cinematográficas de las obras de Shakespeare la lista es infinita. Si he de nombrar algunas, esas serían El Rey León (basada en Hamlet, por muy increíble que parezca) y West Side Story (basada, evidentemente, en Romeo y Julieta), un musical situado a mitad del siglo XX en las calles de Nueva York. Ambas son maravillosas creaciones tratadas de un modo completamente distinto y llevadas a un género totalmente opuesto.

Lo mismo pasa con la música, por ejemplo. Sus obras han llegado a ser tan inspiradoras que hasta el arte de la música ha cogido prestada algunas de sus maravillosas quotes. En la canción Limelight de Rush se incluye la famosa frase de “la vida es un escenario y nosotros somos simples actores”. También ha inspirado a artistas tan grandes como Elton John, con su canción The King Must Die, Bob Dylan, con Desolation Row, e incluso a Taylor Swift con el tema Love Story, donde se declara oficialmente una Julieta que desea cambiar el final de su historia.

¿Las razones de su infinito éxito? La vida nunca cambia. Tal y como suena. Shakespeare trata temas cotidianos a los que todos nos enfrentamos al menos una vez en nuestra vida. ¿Quién no ha tenido un amor imposible o ha sentido la duda de si hacer o no hacer algo hasta llevarlo a la locura? ¿Quién no ha sentido ambición, celos, y las ganas de venganza (siempre que no incluya un asesinato)? ¿A quién no le han traicionado alguna vez en su vida? Los problemas que él trata siguen existiendo hoy en día aunque en vez de tratarse de todo un país como Dinamarca, se trate tan solo de nosotros mismos. Además, los personajes que manipula son del todo humanizados, y por mucho que hayamos cambiado, la naturaleza del ser humano sigue siendo la misma.

Si tuviera que elegir un clásico favorito tendría que cerrar los ojos bien fuerte y morderme el labio para no decantarme por mi adorado William. Su historia de amor más trágica es, por muy cliché que parezca, mi benjamín de toda la literatura, más por su forma de tratar el diálogo y las palabras que por el argumento en sí. Pero trasladándome al ámbito de la novela, elegiría El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, al sentirme eternamente atraída por la época de los años veinte y sus glamurosas fiestas empapadas de música jazz, que, en una sola tarde, consiguió clavarme su diminuta espina de 183 páginas.

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