Me encantas

Me encantas.
Me encanta que tu piel me recuerde al café que mi madre toma cada mañana y que siempre parezcas oler de la misma forma. Cuando la vista se te nubla por haber bebido demasiado y no paras de guiñar un ojo, normalmente el izquierdo. Que me des besos en la frente como si no fueras consciente de ello y sin deberme nada. Que siempre lo hagas todo tan lento, como si tuvieras miedo de que todo acabara demasiado pronto. Y es que siempre dices que los momentos felices duran menos que un respiro. Quizá es por eso que estés siempre tan triste, porque lo piensas todo demasiado.
Me encanta que tus ronquidos sean los únicos que me hagan conciliar el sueño. Que de la nada comiences a contarme cosas de allí de dónde vienes, y que desde que te conozco duerma menos.
Me encanta que de un pequeño detalle sepas hacer un mundo, y que seas capaz de dormir pegado a mí sin importar el calor. Tus besos en la espalda, cuello, palma de la mano, dedo a dedo, y todo rincón que encuentres al momento. Que me des escalofríos, y que sienta que podría quedarme así durante siglos.
Me encanta que me vuelva loca tu sonrisa torcida, que si cabe decir es mi cosa favorita. Que no me ponga de los nervios que nunca te despidas, y que sepas y aun así odies tocar el piano.
Puede que suene hasta patético, pero es que me encantas hasta cuando llevas alcohol de más y fumas a escondidas porque sabes que lo odio y hasta tú me lo tienes prohibido. Cuando no paras de dejar caer tu cabeza sobre mi hombro y haces que parezca que soy yo la que sabe lo que hace.
Me encanta que siempre o casi siempre me hables de camino a casa, que te dé por leer carteles y hacer ruidos raros. Y es que no sabes que si pudiera guardar todas esas notas de voz las metería en un cajón para cuando me sintiera sola. Porque no hay dolor más dulce que el sonido de tu voz. Y eso que me prometí no ir de moñas nunca más.
Me encanta que no me dejes irme a dormir hasta que no sea hora punta y que odies tanto que me hagan llorar. Todas y cada una de las veces que me llamas idiota con una sonrisa y en un susurro, y que sea capaz de escribir este cúmulo de cosas de carrerilla, como si lo hubiera memorizado incluso antes de conocerte.
Adoro cuando cambias las notas a mejor mientras cantas, y que cantes tan bajo que lo hagas parecer un agradable silencio. Que me des los buenos días a medianoche, que confundas de vez en cuando la c con la s, y que hagas lo que hagas siempre me quedes con ganas de más.
Adoro tus actos aleatorios de bondad que van en contra de todas las ideas que tienes sobre este injusto mundo. Incluso tus vicios, manías y malas costumbres, como la de escribir todo a bolígrafo rojo o la de ser incapaz de dejar una canción entera. Tus historias improvisadas sobre piratas y vagabundos ingleses, y que seas de las pocas personas que saben de la existencia del maldito guion de diálogo. Que a pesar de que muchas veces sé exactamente lo que vas a decir seas jodidamente impredecible.
Me encanta que si no puedo dormir de madrugada sé que estás a tan solo un mensaje. Que seas capaz de hasta prepararme un baño si ves que ese día me siento un completo desastre. Que admitas que te gustan las películas ñoñas y que Titanic te hizo llorar. Que tengas un extraño fetiche con mis manos y que en cuanto dejo de sonreír por un solo segundo te falta tiempo para preguntar si algo va mal. Que estés tan loco como para caminar ocho putos kilómetros, de ida y otros de vuelta, porque no puedes esperarte al lunes.
Quizá es ahí cuando me di cuenta. Que me encantas, tú y todo lo que eres y no eres y te queda por ser.
Y es que tú me has quitado los miedos y prejuicios. Los “yo ya no creo en los para siempre”, que ya no me da miedo decir que sueño con ello. Los “no quiero ir demasiado rápido”. Esa estúpida manía de no confiar en esos arrebatos de alegría que te da el amor.
Hoy solo espero que sigas quitándomelo todo, en todos los sentidos, durante mucho más tiempo, to el rato, ya.


Remember Madrid

Si consigues olvidarte un poco del calor, Madrid es otra completamente distinta en agosto. Un Madrid más tranquilo y más asequible tanto para la vista como para el bolsillo, una ciudad que se queda vacía para poder disfrutarla sin esos agobios de las aglomeraciones de gente por todas partes. Y como para mí vacaciones es antónimo de hamaca y sombrilla, Madrid me ha venido como un guante. Y es que no me canso de decirlo, que Madrid es género literario. 

Cuatro días quizá saben a poco para los que nos gusta patear hasta que la suela se desgaste, pero lo bueno de eso es que por muchas veces que vayas siempre queda una excusa para volver.









Lo primero que hicimos es parar en el centro comercial Xanadú por mera curiosidad, y es casi imposible no flipar con la pista de esquí, aunque nada mejor que la nieve al aire libre. Después tiramos rumbo a Madrid centro, y una vez nos instalamos en el hotel (a menos de un tiro de piedra de la Puerta del Sol) fuimos a nuestra primera parada obligatoria cada vez que viajamos a la capital aunque sea solo para coger un avión: el Mercado de San Miguel. Y es que si te apetece darte un capricho al paladar al estilo cerveza y tapas, dudo que haya un sitio mejor. Las croquetas de boletus cien por cien recomendadas. Y de postre algo sano, fruta fresca.

Tras una breve parada por Casa Rua en busca de ese famoso bocadillo de calamares para quien seguía con apetito y un pequeño paseo por la Plaza Mayor, fuimos de cabeza al hotel a por la imperdonable siesta española.






Tras más cervezas y una vez ya escondido el sol, decidimos darnos otro gustazo gastronómico, que es lo que más nos mueve, e hicimos parada en el restaurante Yakitoro, de nuestro querido Alberto Chicote. Yo, sin una mínima queja sobre mi dieta, pedí calabacín asado con salsa de naranja, miso y aceite de hierbas, un taboulé y otra de arroz especiado asado al carbón en hoja de banano. Cada cual mejor que la anterior. Las tapas son algo pequeñas, pero bastante económicas para lo que me esperaba, y los sabores merecen del todo la pena. 





El segundo día lo empezamos con una dosis de cultura, dando un tour gratuito por el centro por cortesía de la compañía Civitatis (viva el mundo de las letras). A veces resulta triste que sepamos más historia de otras ciudades que de nuestra propia capital, y es que, entre muchas de las cosas que aprendimos, a lo que llamábamos oso es una osa, representando a la constelación del carro. Como dice mi abuela, no te acostarás sin saber una cosa más.





Después de eso dimos un paseo hasta uno de mis barrios favoritos, Malasaña, donde tocaba mi parte más ansiada, un recorrido por todas las tiendas vintage y retro, sobre todo por la calle Velarde, en las que puedes encontrar piezas desde los años 90 hasta verdaderas joyas de los 40, si sabes rebuscar bien.




Aunque lo pasé algo mal por un incordio de dolor de barriga, terminamos de la mejor forma: cenando en un Subway, mi restaurante de comida rápida favorito. 

El siguiente día lo abrí con un delicioso frappé, tan delicioso como caro.





Este fue sin duda el mejor día de todos, porque lo pasé rodeada de auriculares con música clásica, el mejor acompañante para una sobredosis de cuadros. Antes de que abrieran las puertas, yo ya estaba en la cola del Museo del Prado, descargándome una buena audioguía de la que acabé aburriéndome y mordiéndome las uñas, deseando entrar. Tan solo la cascara del edificio es puro arte, construido en la época de Carlos III, y pura historia, quedando en ruinas tras la guerra de la Independencia.

La entrada me salió gratuita, y es que de todo en esta vida se pueden sacar ventajas. El único punto en contra es que no dejasen hacer fotos, aunque yo no supe portarme del todo bien cuando no miraban.





El fusilamiento de Torrijos, Las Meninas de Velázquez, Las edades y la muerte de Grien y Los fusilamientos de Goya se encuentran entre mis favoritos, pero ¿el mejor de todos? Sin duda estaba en la exposición temporal del Bosco: El jardín de las delicias. Y es que es inevitable dejarse llevar por el mar de figuras y demonios que inundan todo el lienzo, sus colores, la imaginación, el caos, la inquietud que refleja y a pesar de ello la armonía, todo fusionado en el Edén, un falso paraíso lleno de pecado y el mismísimo Infierno.






Una vez me decidí a salir del museo, ya con la mente al borde del colapso, me atreví a hacer algo de turismo por mi cuenta a lo largo del Paseo del Prado, Cibeles, y la calle de Alcalá, hasta Sol. Disfrutando del buen tiempo, alguna que otra compra, las buenas vistas y la buena música de mi lista de reproducción de Sinatra.





Después de llegar a Sol, no pude evitar pasarme por Lush Cosmetics, mi tienda favorita sin lugar a dudas. Tanto el trato personalizado como la ética que siguen con sus productos hacen de la tienda un puro paraíso de olores frescos y gente encantadora.

El resto del día lo pasamos descansando y refugiándonos del calor hasta la hora de la cena, que tocó en un LemonGrass, una franquicia de pasta y arroz asiático que no tiene nada que envidiarle a un restaurante en toda regla.

El cuarto día hicimos una visita al Palacio Real, el cual puede que impresione más por su fachada y patio frontal que por su interior recargado al más puro estilo rococó, exceptuando la sala del trono y la del comedor (que si tienes algo de imaginación y paciencia para pararte merece la pena visualizar esas fiestas de gala y protocolo).





También hicimos una breve parada en la Catedral de la Almudena, con un maravilloso estilo neogótico en el interior y neoclásico en el exterior, y tras varias cervezas que nos refrescaran la garganta no nos quedó más remedio que refugiarnos de nuevo de los rayos del sol hasta por la tarde.

Cambiando mi vestido por uno más al estilo Sandy Olsson (del todo adecuado para el barrio al que íbamos) salimos del hotel y volvimos a pasarnos, esta vez todos juntos, por Lush, ya que se me da bien vender sus productos hasta a mí. Esta vez nos dejaron ver el Spa que tienen en el local, y puedo decir que es la cosa más maravillosa del mundo, lo cual no me sorprendía, viniendo de esta compañía. La decoración te hacía sentir que estabas en una pequeña casita de campo del sur de Inglaterra, llena de muebles rústicos, paredes de papel pintado, libros antiguos, colores verdes y marrones, dibujos de aves, frutas y flores recién cortadas... Desde luego, algo que todo el mundo debería probar una vez en la vida, así que ya me veo ahorrando. Solo la amabilidad de sus trabajadores hace que salgas de la tienda con un toque más de alegría.

El viaje lo cerramos visitando el barrio más vivo de todo Madrid, La Latina, que, encontrándose en época de verbenas, rebosaba de gente, música y buen ambiente. Allí bebimos, por supuesto, más cerveza artesana, tinto de verano, y comimos las típicas papas bravas y pimientos del padrón, con los que echamos fuego por la boca. Además, me fui con otra pequeña adquisición para el armario de una de mis tiendas must del barrio: Remember Madrid.






Aquí os dejo además el vídeo blog que grabé.

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores