Se me hace raro.

Se me hace raro no escuchar la escandalosa sinfonía de secador, con escalera arriba, escalera abajo, desayunar todas las mañanas, sola y en silencio. Que el único ruido que escuche sea el de las tostadas saltando del tostador. Que la única voz que me diga buenos días tenga acento americano. Se me hace raro.

Se me hace raro que acostumbre a estirar las piernas desde por la mañana, prescindir de esos quince minutos en el coche con la calefacción puesta. Que las manos se me hielen y que tenga que andar mirando por la ventana por si hoy debería coger el paraguas. Se me hace raro entrar en una clase en la que caben casi cien personas. Se me hace raro que no sepa a quién me voy a encontrar justo antes de pasar la puerta, no saber con qué pie se ha levantado cada uno por la cara que lleva puesta. Que de tantos nombres ninguno coincida con los que ya conocía.

Se me hace raro que la responsabilidad sea mía, que yo sea el cómo, cuándo y dónde, que yo decida. Que se me trate como alguien acostumbrado a decidir. Llegar a casa y que la mesa ya esté puesta, que ya no exista ese ratito de brasero de antes de comer, que de vez en cuando el sonido de los cubiertos multipliquen a las palabras. Se me hace raro que no seamos tres. Ahora nosotros también nos hemos multiplicado, y se me hace raro.

Se me hace raro la agenda y ni que decir el horario. Volver a estar tan ocupada: que si prácticas, que si seminario, que si apuntes y trabajos. Supongo que es cuestión de acostumbrarse.

Se me hace raro tener que mirar el mapa antes de salir, encontrarme ambos baños ocupados, las vistas del balcón. Se me hace raro tener balcón. O más bien todo: la compañía, cuando no tengo, la palabra grado, las horas frente al Skype y el café. Se me hace raro que haya empezado a tomar café justo ahora. Justo cuando mi casa ha pasado a ser la casa de mis padres. Justo cuando no hago más que mirar precios de autobuses. Justo cuando hasta un café me sabe caro. Y es eso lo que hace que todo se me haga raro.

Porque todos esperan que así sea como me sienta. Porque estoy lejos, porque este no es mi hogar. Sin embargo siento que soy de aquí desde antes de venir. Que el frío me esperaba sabiendo que yo no le haría asco, y eso es algo que nadie sabe. Que unto las tostadas con golpes de cadera, que nunca sé con quién voy a coincidir en el desayuno, que las vistas de camino a la universidad me quitan el aliento todas las mañanas y que si las clases duran dos horas a veces quiero cuatro. Eso nadie lo sabe. Lo que es llegar a casa cada día y que ya te estén esperando para comer, que el almuerzo se convierta en mi hora favorita y que rara vez no nos ahogue la risa. Que a veces se sienta como si fuera una familia nadie lo sabe.

Y es que aquí la biología, la física y la química también son artes, y cuando la clase ha terminado te avisan las campanas, que siempre hay donde ir y para eso no necesitas un Madrid o un Barcelona. Nadie sabe lo que es hacer turismo a medianoche, ver como se encienden las farolas de la Plaza Mayor, aparecer por uno de sus arcos y sentirte minúscula después de un tequila o ir de camino a casa y toparte con un concierto al aire libre. Que la máquina del café siempre te devuelva dinero de más. No tienen ni idea de que aquí hay silencio y ruido si sabes lo que quieres y dónde buscar, de que aquí hay mundo, que aquí están mi futuro y mis sueños. Que aquí estoy yo.

Que me encanta mirar como caen las gotas sobre mi paraguas, no saber a quién conocerás mañana, haber llegado a un tramo en el que ya no hay edades porque todos estamos aquí por lo mismo. Que me encanta la catedral cuando ya apagan las luces, que aún se vean las estrellas y que siempre haya música de fondo. 

Que me encanta volver, siempre volver. Nadie sabe lo que es entrar de nuevo en casa y que todo sean abrazos. Aprender a aprovechar el tiempo, que un sábado nos dé para todo y aun así quedarse corto. Supongo que por eso no deja de ser cierto.

Se me sigue haciendo raro.


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