Llanes está de cine

Estás han sido mis consideradas vacaciones milagro; milagro por haber elegido un idílico lugar del norte en vez del agobiante y agotador calor de las playas del sur. La verdad es que hace bastante tiempo que tengo debilidad por la mochila y las deportivas antes que por la toalla y la sombrilla, así que esta semana, entre el tiempo fresco que te invita a moverte del sofá y el precioso color verde que te rodea allá a donde vayas, me he sentido como pez en el agua.

El destino elegido fue un pequeño pueblo costero asturiano: Llanes.

El paseo de San Pedro, la Playa de Puerto Chico y la alegría que desprende su gente durante las fiestas que se celebran en julio en honor a la virgen de la Magdalena, fueron entre otros lo que hizo que me quedase enamorada del precioso sitio, al cual sin duda alguna pienso volver. Pero lo que más me llamó la atención fue que Llanes estaba de cine. Al principio dudé... ¿De cine? Pensé en un cine de verano, en películas nocturnas a orillas del mar, pero por muy tentador que eso pueda sonar, la realidad era mil veces mejor. Y es que Llanes no estaba de cine... Llanes era de cine.


Todo comenzó con un cartel donde se anunciaba el recorrido. El Abuelo, Historia de un Beso, Epílogo, El Corazón del Bosque... Ninguna me sonaba, pero de repente, ahí estaba: El Orfanato. La obra de Juan Antonio Bayona resulta encontrarse entre mis películas de miedo favoritas (también he de decir que no soy muy fan de ese género), así que en cuanto me enteré de que allí mismo estaba uno de los escenarios en los que se había rodado la peli no tardé en llenarme de entusiasmo y ansias por visitar dicho sitio; tanto, que a pesar de su terrorífico aspecto, me encaminé yo sola hacia la majestuosa mansión.



No encuentro un solo adjetivo que pueda resumir ese paisaje. Era un personaje más con tragedia propia. A medida que te vas acercando a la gran amplia puerta de hierro, las vistas comienzan a sorprenderte. Los ojos no pueden abandonar la estructura, la mandíbula se te cae, los pelos se te ponen de punta y sientes escalofríos que tan solo te dan ganas de más; adrenalina. Si era posible enamorarme más de ese pueblo, en ese momento lo hice.


Tras búsquedas y más búsquedas encontré toda la información que pude sobre Villa Parres, la casa donde se rodó el film, también conocida como Palacio de Partarríu entre los habitantes llaniscos.

Algunos de los detalles más interesantes que encontré sobre esta maravillosa mansión son ciertamente escalofriantes. La casa, incautada para albergar un hospital durante la Guerra Civil, fue mandada a construir por José Parres Piñera, finalizando dicha construcción en el año 1898. Éste apenas pudo disfrutar de ella, ya que murió un año después justo allí, en Villa Parres. ¿Qué más se puede pedir de un edificio abandonado de ese estilo?


Aquella tarde rodeé los viejos muros de su jardín hasta que la lluvia quiso interrumpirme. Llené la cámara de fotos con la esencia del cine, del terror, de lo desconocido, foto tras foto sin cansarme, poniéndome en el papel de una intrusa periodista. Me sentía como si haciendo cada una de las fotos a los desgastados cristales de sus ventanas estuviera invadiendo sus habitaciones y adentrándome entre la maleza que la rodeaba.

Por desgracia para mi curiosidad, la puerta se encontraba entreabierta, alimentando con ello mi deseo de traspasar el casi devastado muro de piedra que me separaba de la entrada. En ese momento pensé que era injusto. Yo quería entrar, me daban igual las fotografías, tan solo quería entrar por el simple placer de saber. ¿Qué habría ahí dentro? ¿Estaría completamente vacía, derruida? ¿O estaría quizás tal y como la dejó su último inquilino? ¿Cuántas habitaciones tendría? ¿Cuántos escalones? Nunca lo sabré.

Pensé en el dinero que podrían ganar convirtiendo Villa Parres en un fantástico museo, en una atracción turística, porque yo en aquel momento hubiese donado todo lo que había en mi bolsillo con tal de contestar a la ola de preguntas que inundaba mi tozuda cabeza. Pensé en qué posible razón les detendría a los propietarios de realizar semejante proyecto, y tras mucho pensar acabé formulándome esta pregunta: ¿museo o misterio? Por muy grande que fuese mi sed y mi hambre por la casa, decidí que la respuesta correcta era el misterio.

¿Por qué? Porque si no hubiese misterio, no habría deseo; y si no hubiese deseo, no habría Villa Parres.

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