Remember Madrid

Si consigues olvidarte un poco del calor, Madrid es otra completamente distinta en agosto. Un Madrid más tranquilo y más asequible tanto para la vista como para el bolsillo, una ciudad que se queda vacía para poder disfrutarla sin esos agobios de las aglomeraciones de gente por todas partes. Y como para mí vacaciones es antónimo de hamaca y sombrilla, Madrid me ha venido como un guante. Y es que no me canso de decirlo, que Madrid es género literario. 

Cuatro días quizá saben a poco para los que nos gusta patear hasta que la suela se desgaste, pero lo bueno de eso es que por muchas veces que vayas siempre queda una excusa para volver.









Lo primero que hicimos es parar en el centro comercial Xanadú por mera curiosidad, y es casi imposible no flipar con la pista de esquí, aunque nada mejor que la nieve al aire libre. Después tiramos rumbo a Madrid centro, y una vez nos instalamos en el hotel (a menos de un tiro de piedra de la Puerta del Sol) fuimos a nuestra primera parada obligatoria cada vez que viajamos a la capital aunque sea solo para coger un avión: el Mercado de San Miguel. Y es que si te apetece darte un capricho al paladar al estilo cerveza y tapas, dudo que haya un sitio mejor. Las croquetas de boletus cien por cien recomendadas. Y de postre algo sano, fruta fresca.

Tras una breve parada por Casa Rua en busca de ese famoso bocadillo de calamares para quien seguía con apetito y un pequeño paseo por la Plaza Mayor, fuimos de cabeza al hotel a por la imperdonable siesta española.






Tras más cervezas y una vez ya escondido el sol, decidimos darnos otro gustazo gastronómico, que es lo que más nos mueve, e hicimos parada en el restaurante Yakitoro, de nuestro querido Alberto Chicote. Yo, sin una mínima queja sobre mi dieta, pedí calabacín asado con salsa de naranja, miso y aceite de hierbas, un taboulé y otra de arroz especiado asado al carbón en hoja de banano. Cada cual mejor que la anterior. Las tapas son algo pequeñas, pero bastante económicas para lo que me esperaba, y los sabores merecen del todo la pena. 





El segundo día lo empezamos con una dosis de cultura, dando un tour gratuito por el centro por cortesía de la compañía Civitatis (viva el mundo de las letras). A veces resulta triste que sepamos más historia de otras ciudades que de nuestra propia capital, y es que, entre muchas de las cosas que aprendimos, a lo que llamábamos oso es una osa, representando a la constelación del carro. Como dice mi abuela, no te acostarás sin saber una cosa más.





Después de eso dimos un paseo hasta uno de mis barrios favoritos, Malasaña, donde tocaba mi parte más ansiada, un recorrido por todas las tiendas vintage y retro, sobre todo por la calle Velarde, en las que puedes encontrar piezas desde los años 90 hasta verdaderas joyas de los 40, si sabes rebuscar bien.




Aunque lo pasé algo mal por un incordio de dolor de barriga, terminamos de la mejor forma: cenando en un Subway, mi restaurante de comida rápida favorito. 

El siguiente día lo abrí con un delicioso frappé, tan delicioso como caro.





Este fue sin duda el mejor día de todos, porque lo pasé rodeada de auriculares con música clásica, el mejor acompañante para una sobredosis de cuadros. Antes de que abrieran las puertas, yo ya estaba en la cola del Museo del Prado, descargándome una buena audioguía de la que acabé aburriéndome y mordiéndome las uñas, deseando entrar. Tan solo la cascara del edificio es puro arte, construido en la época de Carlos III, y pura historia, quedando en ruinas tras la guerra de la Independencia.

La entrada me salió gratuita, y es que de todo en esta vida se pueden sacar ventajas. El único punto en contra es que no dejasen hacer fotos, aunque yo no supe portarme del todo bien cuando no miraban.





El fusilamiento de Torrijos, Las Meninas de Velázquez, Las edades y la muerte de Grien y Los fusilamientos de Goya se encuentran entre mis favoritos, pero ¿el mejor de todos? Sin duda estaba en la exposición temporal del Bosco: El jardín de las delicias. Y es que es inevitable dejarse llevar por el mar de figuras y demonios que inundan todo el lienzo, sus colores, la imaginación, el caos, la inquietud que refleja y a pesar de ello la armonía, todo fusionado en el Edén, un falso paraíso lleno de pecado y el mismísimo Infierno.






Una vez me decidí a salir del museo, ya con la mente al borde del colapso, me atreví a hacer algo de turismo por mi cuenta a lo largo del Paseo del Prado, Cibeles, y la calle de Alcalá, hasta Sol. Disfrutando del buen tiempo, alguna que otra compra, las buenas vistas y la buena música de mi lista de reproducción de Sinatra.





Después de llegar a Sol, no pude evitar pasarme por Lush Cosmetics, mi tienda favorita sin lugar a dudas. Tanto el trato personalizado como la ética que siguen con sus productos hacen de la tienda un puro paraíso de olores frescos y gente encantadora.

El resto del día lo pasamos descansando y refugiándonos del calor hasta la hora de la cena, que tocó en un LemonGrass, una franquicia de pasta y arroz asiático que no tiene nada que envidiarle a un restaurante en toda regla.

El cuarto día hicimos una visita al Palacio Real, el cual puede que impresione más por su fachada y patio frontal que por su interior recargado al más puro estilo rococó, exceptuando la sala del trono y la del comedor (que si tienes algo de imaginación y paciencia para pararte merece la pena visualizar esas fiestas de gala y protocolo).





También hicimos una breve parada en la Catedral de la Almudena, con un maravilloso estilo neogótico en el interior y neoclásico en el exterior, y tras varias cervezas que nos refrescaran la garganta no nos quedó más remedio que refugiarnos de nuevo de los rayos del sol hasta por la tarde.

Cambiando mi vestido por uno más al estilo Sandy Olsson (del todo adecuado para el barrio al que íbamos) salimos del hotel y volvimos a pasarnos, esta vez todos juntos, por Lush, ya que se me da bien vender sus productos hasta a mí. Esta vez nos dejaron ver el Spa que tienen en el local, y puedo decir que es la cosa más maravillosa del mundo, lo cual no me sorprendía, viniendo de esta compañía. La decoración te hacía sentir que estabas en una pequeña casita de campo del sur de Inglaterra, llena de muebles rústicos, paredes de papel pintado, libros antiguos, colores verdes y marrones, dibujos de aves, frutas y flores recién cortadas... Desde luego, algo que todo el mundo debería probar una vez en la vida, así que ya me veo ahorrando. Solo la amabilidad de sus trabajadores hace que salgas de la tienda con un toque más de alegría.

El viaje lo cerramos visitando el barrio más vivo de todo Madrid, La Latina, que, encontrándose en época de verbenas, rebosaba de gente, música y buen ambiente. Allí bebimos, por supuesto, más cerveza artesana, tinto de verano, y comimos las típicas papas bravas y pimientos del padrón, con los que echamos fuego por la boca. Además, me fui con otra pequeña adquisición para el armario de una de mis tiendas must del barrio: Remember Madrid.






Aquí os dejo además el vídeo blog que grabé.

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